Aquel
prado le recordaba siempre a ella. De hecho la había conocido allí.
Siempre que se pasaba sacaba la misma conclusión: cada lugar tiene
una esencia y cogen especial relevancia cuando nos recuerdan momento,
personas. Tan momentos... Era el lugar donde se encontraban. En
aquellos tiempos ella era casi una niña y su padre la tenía muy
controlada, no quería apenas que saliera a la plaza, me decía,
claro. Tenía prohibido el verme y eso me torturaba, pues llegaba a
creer que estaba haciendo algo malo, me hacía sentir culpable, pero
cuando ella me desveló que quería fugarse conmigo, lejos de su
padre, que me amaba tanto como yo a ella, me reconfortó y me subió
al cielo, tocando casi el Vahala, pero sin morir. Como si de una
batalla se hubiera tratado, la victoria sabía demasiado bien para
durar tanto.
Haremos
vida en otro poblado. Mi padre tendrá que aceptar mis decisiones, ya
soy adulta y puedo decidir por mi misma. Y yo quiero
estar contigo. Todo era en aquel prado. Puesto que antes, debido
a la prohibición tácita por parte de su padre, nos veíamos a
escondidas. Después de muchos años vuelvo. Nada ha cambiado. Pero
yo sé que no soy el mismo.
Eran
tiempos difíciles. Cuando llegamos al poblado vecino, establecimos
con el jefe, Roho, el permiso de quedarnos a cambio de serles útiles
con respecto al poblado, y justos con los demás habitantes. Así que
nos cedió terreno y parte de ganado, que año tras año le
concedíamos parte de carne y hortalizas, ya que debido a su
generosidad, podíamos vivir. El padre de ella nunca nos persiguió,
me decía que no pensara tanto en eso, puesto que tenía pesadillas
continuas en las cuales secuestraba a mi mujer y a mi me torturaba.
Eso no lo podía permitir. Lo mataría, aunque fuera su padre. Lo
odiaba con todas mis fuerzas. Ella me consolaba, me quitaba esos
pensamientos de la cabeza, eso nunca sucederá, Patrick, mi padre
está mayor y habrá aceptado mi decisión.
Los meses
siguiente a los de nuestra humilde boda sucedió la guerra entre
nuestro poblado, aliado con el condado este, con los forasteros de
norte, aquellos básbaros inmundos que nos querían quitar tierras y
mujeres. Y eso tampoco lo podía permitir. Así que, con los demás
hombres del poblado, combatí, como me había enseñado mi tío,
ahora ya en el Vahala y muerto en combate. La guerra no duró mucho,
cuatro meses. Pero para mí fueron una eternidad y deseaba con ansias
de que se acabara, de volver a verla, de estar en paz. No tenía el
pensamiento de los demás vikingos, no veía el porqué de las
guerras y por eso, siempre he sido levemente rechazado dentro del
grupo, aun siendo imprescindible. Todos decían que luchaba con
valía, con honor. Yo solo pensaba en reencontrarme con ella.
Cuando
terminó la guerra y volvimos al condado, nos recibieron con
clamorosa acogida; habíamos triunfado. Cuando la volví a ver estaba
embarazada. No me había dicho nada anteriormente, seguro que cuando
me fui lo sabía, quizás no. Bueno, qué importaba. Merecía mucho
la pena vivir. Por fin iba a ser padre, por fin podría ser padre con
ella, compartir la educación de una nueva persona dentro del
poblado. Así que nació al cabo de dos meses.
El día
del parto fue el día más horroroso de mi vida. Agonizó durante
horas, y yo, sin poder hacer nada, quería romper todo aquello que se
me ponía delante de la mirada. Las matronas comentaron entre ellas
que debían de salvar la vida de el bebé, al menos. Iba a morir. Un
parto complicado, quizás se había complicado no ese día, sino los
anteriores meses, preocupada. La guerra no trae nada bueno, ni aún
cuando es victoria en tu bando.
Así que
murió. Y mis veces pedí a los dioses que se llevaran al bebé. No
lo quería. La quería a ella. La quería sana. La quería para mí.
La enterré con mis propias manos, donde nos conocimos, en el prado.
Aquel día no dejó de llover ni un segundo, pero cogí el caballo.
Sólo la podía enterrar allí y en ningún sitio más. La tierra
estaba mojada y olía a mi infancia. El cielo también estaba
enfadado y quería prepara la tierra para acogerla. Pasaron los días
y aunque no lloviera posteriormente, para mí seguía lloviendo
dentro.
El bebé
no lo quería. Me recordaba demasiado a ella. Él era el asesino. Me
la había arrebatado. Así que lo dí a una mujer cuarentona que no
había tenido hijos, me lo agradeció con creces. Por lo que a mi
respecta me fui del poblado. No quería estar más en nuestra antigua
casa. Los años posteriores no importan. Pero un día, decidí
buscarte, encontrarte. Si te contara esto en persona, quizás me
mataras. Te entendería. Pero hemos de seguir adelante, no quedarnos
estancados ante un recuerdo. Si pudiera volver al pasado. Dos vidas
que cambiaron la mía.
BLANCA
Un relato precioso Blanca. Y además, has sido super rápida. Eficiencia Sahuquillo :)
ResponderEliminarSiempre luchando para estar juntos, y la nueva vida de un nuevo ser arrebató la vida de la persona a la que más quería.
Me ha enamorado esta frase "El cielo también estaba enfadado y quería prepar la tierra para acogerla" La lluvía, las lágrimas desconsoladas del marido.
Precioso :)
Mil besos guapísima!