22/5/14

Tormenta y Tormento (Esther)

- Bienvenidas a radio Tormenta, donde nos reunimos cada noche de doce a cuatro de la mañana. Hoy tenemos un programa muy especial, con invitadas de lujo. Vamos a hablaros de las relaciones tormentosas – dice Afrodita haciendo sonar un rayo, seguido de un grito estridente de película de terror. Lo que más le gusta de su empleo son los sonidos que puede utilizar, más que las largas tertulias y los cansinos debates – esas relaciones que parecen comenzar en una nube de algodón rosa, pero que cuando te introduces en ellas, solo haces que sacar mierda, gusanos y cosas pútridas de su interior. Hoy tenemos el placer de contar con la compañía de la celebre psicóloga Medusa, especializada en relaciones entre parejas heterosexuales y conductas de poder – Buenas noches, dice Medusa trenzándose las serpientes molestas por la luz del estudio – el antropólogo cultural hombre lobo – Un placer, responde tranquilo – y por último, y no menos importante, Vampir, enólogo del amor – Saludos almas tormentosas, dice con su habitual voz decadente – Esta noche profundizaremos en este tipo de relaciones, con las visiones y experiencias de nuestras invitadas. Por favor, no se vayan, continuaremos después de la publicidad.

¡Nuevo detergente para las manchas de sangre! Si usted es un vampiro, pero a su vez un desastre, no se preocupe, con este detergente de nueva formula podrá eliminar todo rastro de victima de su ropa. Vaya a su Mercaroña más cercano y pregunte en la sección de limpieza.

¿Sobrepeso? ¿Problemas conyugales? ¿Ira? ¿Depresión? ¿Falta de sueño? Estas y muchas otras cosas más las puede tratar con la hipnosis. Acuda a Zentralfriedhof, donde podrá recibir la ayuda del mismísimo Sigmund Freud. Recuerde, siempre el problema estará en su subconsciente, de su fase anal demasiado exagerada. ¡Hip! ¡Hip! ¡Hipnosis!

Bienvenidas de nuevo a radio Tormenta – suena un rayo mucho más fuerte que el anterior. Afrodita sonríe. El hombre lobo la mira con desaprobación, mientras limpia sus redondas gafas a lengüetazos - Recordamos que el programa de esta noche trata sobre las relaciones tormentosas, esas relaciones que te minan la energía y borran la felicidad que creyeras tener, de golpe, como un sopapo – suena un “plash” a modo de bofetada, seguido de un quejido lastimero - Medusa, cuéntanos, tú has hecho muchos estudios sobre este tipo de relaciones, y por lo que podemos leer, siempre acusas al hombre a la destrucción de las relaciones. ¿Por qué?

- Buenas noches Afrodita y queridas oyentes. Lo primero, un placer estar en esta emisora de nuevo, me trae grandes recuerdos – dice sonriente. Su coleta de serpientes danza atontada, golpeando a veces su espalda – Como conocéis mis numerosos estudios y proyectos hablaré de mi último trabajo, en el hablo de la repartición injusta de poderes que se da en las parejas. Se generan roles de poder, en la que el hombre/bestia/monstruo/ser/Dios/muerto/etc siempre esta por encima de la mujer/bestia/monstruo/ser/Diosa/muerta/etc, y en el caso de las relaciones entre Dioses, siempre hay una subordinación mayor del Dios sobre la Diosa, ¿verdad Afrodita?

- Y que lo digas – dice ella poniendo un sonido de lucha, cantos, vitoreos, consignas de manifestaciones “Igualdad, igualdad, igualdad” – Entendemos que existe una distribución injusta de poderes, y que la igualdad aún es solo una mancha pequeña en la conciencia de muchos varones y hembras. ¿Pero porqué tu evidencias que las relaciones son más tormentosas a causa de los hombres?

- Pues por que los hombres tienen miedo a la emancipación de la mujer, en derechos y obligaciones. ¡Todos se paralizan con la palabra empoderamiento! – dice molesta. Vampir siente un escalofrío en su espalda – Lo que ocurre es que al tener esos miedos actúan con mecanismos coercitivos sobre sus parejas, micromachismos encubiertos, manipulación emocional, etc; diversas técnicas que hacen que ellos tengan el control sobre sus parejas, y de este modo, posibilitar la desigualdad. Con todos estos factores se acaban dando las relaciones tormentosas, donde la mujer sufre en silencio todo tipo de conductas agresivas de su pareja.

- ¿Has vivido algún tipo de relación de este tipo Medusa? – pregunta chismosa Afrodita mientras hace sonar unos chilliditos agudos que dicen ¡Uh! ¡uh! ¡uuuuuuuuhhhhuhhhhhhh!

- Sí, y por suerte acabo. Fue mi primera relación, y gracias a sus caminos tortuosos y las malas situaciones me introduje en el feminismo activista desde el punto de la psicología social – dice orgullosa – Perseo, el valiente héroe que todos recordaréis, y que ahora se encuentra entre rejas por lo que intento hacer conmigo, fue mi primer amor. Un amor joven, fresco, lleno de ilusiones… Todo se fue a pique por lo mencionado antes… era una relación desigual, donde él siempre fue el venerado héroe y yo su sombra. Eso me lo dejo claro desde un principio, y a mi no me importó, yo solo quería estar con él, amarle, tener sus hijos… que tonta era. Inexperta y joven... Eso era  – dice con un largo suspiro - Cuando termine mis estudios de psicología, el marchaba por Grecia de batalla en batalla, ganándose el reconocimiento de todos los reyes y el beneplácito de los dioses, y yo mientas estudiaba para conseguir plaza en alguno de los centros más cercanos a nuestro hogar. Cuando regreso a casa junto a mí yo estaba eufórica, dado que había vuelto sano y salvo de sus expediciones y porqué todos los centros de psicología clínica me querían allí. Obtuve propuestas de Atenas, Delfos, Corintio, Creta, Santorini, Naxos, Olimpia… tantas y tantas propuestas. Perseo entró en cólera y disgustado me golpeo. No era la primera vez, pero esta vez tuve más miedo de lo normal. Cogió su espada e intento decapitarme. Recuerdo sus palabras como fuego grabadas en mi mente “Tú no me abandonaras” “No vas a aceptar ninguna plaza” “Tú te quedarás en casa, a cargo de nuestros hijos” “Yo soy el semidios, tú solo una estúpida gorgona” – dice seriamente – Antes de que se pudiera dar mi triste final, la guardia entro en la casa y se lo llevo a rastras, mientras gritaba furioso “No conseguirás nunca nada”. En mi caso, sane mis heridas con el cariño y respeto de mis hermanas. Me uní a una colectiva feminista en Lesbos y trabajé junto a ellas para ganar mi poder perdido, mi autoestima dañada y mi razón abandonada. Y desde ese momento sigo, en lucha por la igualdad, por la eliminación de los roles de poder y por la búsqueda de amores sanos y no destructivos.

- Medusa, unos testimonios abrumadores. Gracias por tu aportación – dice Afrodita haciendo sonar unos fuertes aplausos, a los que se unen ella y todo el equipo. Medusa asiente y dice con su voz cálida, un sonoro Gracias – Hombre lobo, cuéntenos su experiencia, en su último libro “La vaga visión de Hollywood de los licántropos” nos narra su repulsión a las películas actuales de instituto donde surgen tríos de amor entre vampiros, hombres lobos y chicas jóvenes. ¿A qué se debe esto? ¿Son visiones reales de amor y tormento?

- No. Son bazofias para adolescentes llenas de prejuicios y mitos, que transmiten mensajes vacíos, carentes de amor y pasión. Con estas películas se ceban las conciencias más jóvenes de imágenes dañinas en muchos aspectos. Primero, metiendo el dedo en la yaga en las, ya antiguas, batallas entre licántropos y vampiros, además de hacerlo con el fin de vender una deformada idea de lo que fueron… batallas en las que muchos perdimos a nuestras familias. Me parece soez y enfermizo narrar estos aspectos con esa extrema ligereza – dice serio recolocándose las gafas sobre su hocico – Y segundo, lanzando amores tormentosos, imposibles… que hacen creer que es la realidad.

- ¿A qué se refiere? – pregunta Afrodita, tragándose las ganas de emitir algún sonido.

- Amores tormentosos siempre los hubo, los hay y los habrá… y como bien ha dicho mi compañera Medusa, una causa será la desigualdad de poderes en las relaciones. Pero si en el cine ya se plasma a jóvenes indefensas, hechizadas por los encantos de bellos vampiros, con fieles amigos licántropos, secretamente enamoradas de ellas… se crean desigualdades y visiones inciertas y poco fieles de la realidad. El mundo del cine tiene mucho poder sobre nuestros actos… y lo único que veo es una pura inversión en volver a generar rivalidad entre hombres lobos y vampiros, en generar ansiedad a los jóvenes licántropos, haciéndoles sentir que jamás podrán conseguir el amor que desean… pues los vampiros siempre se reflejan como superiores. Y ahí nacen los amores tormentosos, los amores no correspondidos…

- ¿Nos puedes contar alguna experiencia personal de este tipo? – pregunta Afrodita inquieta.

- No, no me siento cómodo hablando de mi vida personal en la radio, lo lamento – dice de nuevo con una tranquilidad abrumadora.

- Bueno… pues muchas gracias por tu narración sobre relaciones tormentosas – dice Afrodita molesta, el hombre lobo sonríe -  Vampir, mucha gente no conoce que es ser enólogo del amor, cuéntanos un poco tu experiencia en este campo.

- Llevo más de mil años con este trabajo y he probado todo tipo de amores, amores tiernos, pasionales, duros, irracionales, injustos, lastimeros y sobretodo, tormentosos. El amor está en la sangre, y si cada persona tiene un sabor concreto por su alimentación, los estados de ánimo cambian también el sabor de la sangre. Como catador de sangre, especializado en estudios de sangre de personas enamoradas, puedo haber probado trillones de personas o más. Pero la verdad, recuerdo un caso en particular, una joven de unos veinte años aproximadamente. Era una recién enamorada, y su sangre me embriago la primera vez que la probé. Recuerdo que al día siguiente me levante con jaqueca y todo me daba vueltas. El experimento constaba en probar su sangre durante todo lo que durara su relación. Bebí su sangre durante cinco años. Al principio era dulce, con sabores afrutados, luego, conforme la relación se iba haciendo más seria, tuvo una consistencia más firme, un sabor más fuerte, pero a su vez ligero, como si su sangre fuera más clara, transparente. Luego pasaron por una mala racha, ella y su pareja, y su sangre estaba turbia, sin un sabor concreto. A veces estaba salada, otras amarga… mucha veces, durante esa larga fase, vomitaba su sangre, no me sentaba nada bien. Luego arreglo sus problemas con su pareja y su sangre volvía  a estar fresca, vital, joven… pero mucha veces en las que se sentía insegura, volvía a enturbiarse y a mancharse de sabores repelentes. Después de ciclos de idas y venidas en su relación, terminaron dejándolo. Su sangre estuvo espesa esa temporada. No parecía fluir. Sus venas, más duras de lo normal… solo habían lagrimas en esa muchacha. Dejo de venir a los experimentos, así que no sé cual será el estado de su sangre actualmente, pero la verdad, fue un caso tormentoso, un amor difícil… Con el análisis de su sangre, no solo estudiábamos el cambio de sabor, consistencia, color… podíamos adivinar que posibles situaciones habían pasado para darse esos cambios en su sangre.

- Entonces, Vampir, ¿si catas la sangre de cualquiera de nosotras esta noche, ¿puedes decirnos como se encuentra nuestro estado de amor? – pregunta Afrodita interesada.

- Claro, ¿voluntarias? – dice Vampir sacando los colmillos.

- Lo sabremos después de la publicidad. No nos dejen, seguiremos hablando sobre relaciones tormentosas, de nuestras invitadas y atenderemos a sus llamadas para que nos cuenten sus experiencias tortuosas. Esto es radio Tormenta – dice Afrodita haciendo sonar un rayo con toda la alegría de su ser.

(Esther)

21/5/14

Tormento y tormenta (Rosæ)



La joven esposa apenas comía, de modo que él siempre había creído que había algo extraño en ella. Habían empezado a vivir juntos como marido y mujer sin apenas conocerse y él había descubierto “el secreto” demasiado tarde. No podría estar más disgustado, y aun así la amaba. Ella tenía unos lindos ojos azules que se hacían muy, muy azules con el reflejo de la luz del sol, y a él le gustaba mucho mirarla y mirarla a los ojos. Era una criatura bella y sobrenatural que nunca podría ser domesticada, y aunque en la práctica eso le resultaba incómodo, era una de las cosas que más le gustaban de ella. 

Él tenía el sueño profundo, pero descubrió una noche que ella salía a hurtadillas y volvía al alba, y lo único en lo que podía pensar era que iba a verse con un hombre. Ella hablaba a veces de un prometido que había tenido que había muerto en un misterioso accidente. Pero ¿y si mentía? ¿Y si estaba vivo e iba a verse con él? Los celos se le metieron en el alma y ya no lo abandonaron. ¡Traidora, ingrata! Nadie la había querido como él, ¿y se escapaba por las noches buscando el calor de otro? Se la imaginaba amando, aún apasionadamente, a ese mentecato, dándole el cuerpo que le debía a él. En cambio, con él era algo fría y, aunque él no quería quejarse para no disgustarla, lo cierto es que era una de las cosas que menos le gustaban de ella.

Una noche decidió seguirla y matarla si confirmaba sus sospechas. La siguió colina abajo sin entender por qué se había puesto una capa negra y una capucha que la cubría dándole aspecto de criatura maligna, pero supuso que no quería que nadie del pueblo la reconociera si alguien se asomaba a la ventana. Evidentemente, no estaba haciendo nada legítimo. Pero cuál sería su sorpresa al ver que en lugar de pararse en la puerta de una casa corriente, entraba en el viejo cementerio. Durante unos segundos, él dudó. ¿Qué significaba esto? La respuesta le vino sola. No lo engañaba en el sentido habitual, sino simbólicamente. El individuo que amó debía de estar, efectivamente, muerto. Pero ella aún lo amaba y venía aquí a regodearse en el dolor de haberlo perdido. Aunque no era lo mismo enfadarse con un vivo que con un muerto, se sentía lleno de ira homicida. Entró en el cementerio y la buscó durante horas. Poco a poco, un mal presentimiento se le atascó en la garganta, y empezó a sentirse excepcionalmente nervioso. Al fin la descubrió, junto a otra figura oscura. Estaban sentadas al borde de una tumba de un muerto reciente, y su horror fue indescriptible al confirmar que estaban comiéndose al muerto. Parpadeó perplejo, cuestionando la verdad de lo que sus ojos le decían.

¡Era una bruja! Ésa era la extraña, la horrenda verdad. Las brujas vivían en los bosques y se casaban con hombres humanos para perpetuar su especie; todos lo sabían, pero nadie las veía -las descubría. Se alimentaban de cadáveres y detestaban la comida humana. Se le heló la sangre. Se sentía usado, humillado en su devoción. Angustiado, volvió a tientas hasta la casa y se metió en la cama como un autómata, los ojos fijos en el techo, hasta que ella volvió y se acostó a su lado. ¡Bastarda! ¡Qué tormento! Le repugnaba su cercanía. Deseaba hacerla sentir un tercio de la decepción que él estaba sintiendo, para que se muriera de asco y pena. Por la mañana ella le había preparado el desayuno y lo miraba sonriente, y él lo comió receloso, aunque con las tripas revueltas, porque aún no había decidido cómo proceder y hasta entonces quería actuar con normalidad. Pero pronto perdió la paciencia y decidió que lo mejor era hacer lo que hubiera hecho si ella hubiera estado mancillando su honor con el prometido muerto: matarla, por bruja y mentirosa.



Eligió una noche de tormenta para quemar a su bruja; el aire olía a electricidad y el furioso color del cielo daba a entender que lloverían cántaros de sangre. La casa en que vivían era de ella, “de sus padres” -¿quién sabía lo que eso significaba ahora? Los padres podrían haberse comido a los verdaderos dueños-. No importaba, ella iba a morir. Durante la cena, puso una droga en su bebida para hacerla dormir, y procuró que se acostaran en la cama relativamente temprano para tener controlados los efectos de su plan. Ella se durmió, lo supo por su respiración. Entonces él roció la habitación para prenderle fuego, la roció a ella también y acariciándole el vientre con una cerilla le puso un vestido de llamas antes de salir corriendo al exterior. Fuera, el viento rugía enfebrecido, avivando el fuego con loca alegría. Y él danzaba alrededor de la casa con una sonrisa macabra deformándole la cara, riéndose a gritos de todas las brujas hijas del infierno que creyeran que podían engañarlo.

20/5/14

Dos vidas (Esther)

- ¿Qué crees que pasará con nosostrxs? – le dice mirándole con los ojos llenos de lágrimas. Siente que le va a reventar la cabeza. El corazón le late con una intensidad desconocida. Un ritmo atípico golpea su caja torácica. Es algo frenético.
- No lo se… solo sé segurx que nosotrxs podremos superar esto – dice intentado convencerse de sus palabras, a ambxs.
- ¿Cómo? Cada paso que damos nos aleja más, no tiene sentido. ¿Cómo seguiremos juntxs de esta forma? – le pregunta perplejx.
- Será difícil, pero podemos. Yo te amo – le dice convencidx.
- ¿Cómo puedes tener tanta confianza? Yo veo tantos problemas en esto, barreras… tantas situaciones que nos pueden alejar. Duele – llora. Sus lágrimas limpian su cara, pero no se llevan ese peso que siente en su alma.
 Lo sé – dice intentado ser durx – Sé que podremos.
- No me gusta esta situación.
- Ni a mi tampoco.
- Sé que no podemos rechazar lo que nos está ocurriendo, no deberíamos… luego acabaríamos arrepintiéndonos.
- Ya… pero quizás nos arrepentiremos más de alejarnos… - dice dudando.
- ¡Ves como no lo tienes claro! – dice molestx.
- No tengo nada claro… sé que te quiero, que quiero estar contigo… ¡Esto tampoco es fácil para mí! – grita enfadadx.
 No puedo con esto…
- Te amo – le dice mirándole a los ojos. Su mirada penetra en su piel, y en ese momento siente calma. Como si sus ojos pudieran sanar las heridas del momento.
 Yo más – dice risueñx.
- ¿Recuerdas ese día? – le pregunta briosx.
  ¿Qué día? – responde inciertx.
- Cualquiera.
- Claro, los recuerdo todos – le responde tiernx.
- Pues piensa en ello cada vez que esto se te haga imposible, cada vez que no puedas más… viaja a ese día, a todos esos días que te hagan falta para sonreír.
- No es suficiente. No puedo alimentarme del pasado y tampoco quiero vivir en un futuro incierto donde no sabré cuando volveré a verte – le dice comenzando a llorar de nuevo.
- Cierra los ojos y piensa en ese momento – le dice serix.
- Vale… - le responde sollozando.
- ¿Lo tienes? – le pregunta activx.
- Sí – le responde, visualizándolo.
- ¿Sientes como te abrazo?
- Sí.
 ¿Sientes como te beso el cuello?
- Sí – le responde llorando de nuevo.
 No llores, solo siéntelo.
- ¿Sientes mi lengua en tu oreja?
- Sí.
 ¿Y mi latido? ¿lo notas? – le pregunta esplendorosx.
- Claro. Siento tu pecho pegado tras mi espalda. Tu corazón tiembla, retumba… es como un solo de batería. Me gusta, noto las vibraciones por todo mi cuerpo.
-  ¿Y que ocurre después?
- Tus brazos me arropan con fuerza y me giran, poniendo nuestros rostros frente a frente. Veo en tus ojos un amor incondicional, un amor tan fuerte… No llores, deja que te siga contando.
- Perdona, es que ahora lo estaba viendo todo yo…
- Ójala pudiera estar junto a ti ahora, para poder secarte esas lágrimas.
- Sigue contando… estaríamos frente a frente. ¿Qué ocurriría después? – le dice soñándolo.
- Que nos besaríamos, todo el día, toda la noche… que mis labios se fundirían a los tuyos y no sabríamos donde empieza unx y donde termina el/la otrx.
- Te amo – le dice con los ojos rojos y la cara húmeda.
- Te quiero – le dice sintiendo ese abrazo, esas manos posadas sobre sus caderas, esos latidos apasionados, esas lágrimas saladas, esos llantos desgarradores… esa distancia que mata.
- Debo de irme a dormir ya… estoy algo cansadx.
- Yo también, mañana tengo tanto que hacer.
- Buenas noches. Te amo – se dicen a la vez.

Apagan los ordenadores y rompen a llorar. Sus habitaciones se quedan oscuras y en silencio. Lo único que se escucha son sus llantos, como cantos a la noche, que les observa curiosa, pero no se apiada de ellxs, pues observa sus sufrimientos todas las horas, incluso en sus sueños más profundos.

Esther

19/5/14

Dos vidas (Rosæ)



Laura Greene conoció a Reinaldo Coronado un soleado día de mercado en que por alguna nebulosa razón estaba de mal humor. Su marido se había ido a trabajar temprano, y ella sintió una opresión en el pecho y creyó que el sol podría curarla, así que arrastró a la pequeña Lucy hasta el pueblo. La niña encontró amiguitos enseguida. Laura se sentó, relativamente relajada, en un banco que resultó estar junto al puesto de Reinaldo. Cualquiera sabrá, pensaba con amargura, sólo con echarme un vistazo, que soy una fracasada. Ella no lo vio al principio y, abstraída en sus pensamientos como estaba, sólo reparó en él cuando la niña le pidió que le comprara una pulsera compuesta de piedrecitas azules y blancas. Es una cosa bonita, piensa Laura, y levanta la vista para encontrarse con los alegres ojos de Reinaldo, mirándola.

No pudo evitar sonreír. Reinaldo había hecho buenas migas con Lucy, y Laura compró la pulsera por quedar bien. Empezaron a hablar. Reinaldo era de Colombia, donde Laura había pasado un tiempo cuando era más joven. Eso le encantó, fue como conectar con una parte de sí misma que estaba encerrada en el sótano de su conciencia. Reinaldo le contó historias de su juventud en la sierra de Santa Marta, estuvo quejándose del gobierno de Colombia, de que las cosas nunca cambiaban, y explicándole por qué por nada del mundo volvería allí. Había estado en África los últimos cinco años, y había dejado Senegal hacía sólo dos semanas para pasar el verano en el país de Laura. Escuchándolo, ella perdía la noción del tiempo. Volvió a la casa con la pequeña Lucy cuando Reinaldo había recogido sus cosas para volver al pueblo en que se había instalado provisionalmente y que quedaba a una hora de donde Laura vivía. Estaba realmente fascinada. Reinaldo hacía pulseras, collares, anillos, y los vendía en diferentes mercados de la zona; comía en esos mismos mercados, y dormía en la enorme furgoneta roja de la que a su vez dependía su negocio. Laura tenía la impresión de que Reinaldo no parecía necesitar nada más, de alguna manera le parecía completo, y de ahí su fascinación. Laura nunca usaba la palabra felicidad, porque le parecía una palabra traicionera que jugaba con el presente y se burlaba del pasado. Ella no se decía a sí misma que no era feliz, sino que estaba incompleta. Había algo que le faltaba siempre, y no sabía qué. Ése era su fallo, su fracaso más grande. Había cosas que no le interesaban, cosas que no hacía bien, pero el fracaso no tenía nada que ver con eso, sino con no saber qué hacer con las cosas que le interesaban y que hacía bien. En algún momento de su vida, cuando era más joven (pensaba ahora), lo había tenido todo muy claro, pero no sabía exactamente cuándo había perdido el norte y no lo había vuelto a encontrar. Desde entonces, vivía como resbalándose siempre, consciente de estar en un terreno que no era suyo, como una planta trasplantada que no se acostumbra a la nueva tierra y empieza a morir muy lentamente, sólo que no llegaba a morir del todo y se quedaba pausada en el proceso de marchitarse. Pero nadie sabía esto, porque Laura no lo hablaba con nadie. Estaba a punto de dar a luz y la gente le daba la enhorabuena continuamente, y ella exhibía una sonrisa de anuncio de pasta de dientes, ya sin pensar. Pero tenía pesadillas en que daba a luz medio bebé, y el médico le explicaba que la causa era su no-completud, clavándole una mirada fría, azul, que era como el acero de un cuchillo. Despertaba bañada en sudor y culpa, descubría que su marido estaba roncando otra vez y ya no podía volver a dormirse. Este hombre que tiene tan pobre papel en mi vida me ha hecho un flaco favor casándose conmigo y ahora ni siquiera me deja dormir. Desesperada, salía de la casa para pasar frío, para que se le enfriara la cabeza, rogando que se le congelaran los pensamientos, porque entonces tenía la malsana idea de que prefería matarse antes que dar a luz medio bebé y no sabía cómo ponerle freno a las ganas de hacerlo. Sería horrible matarse con el bebé dentro, aunque era la idea de ese medio bebé lo que le daban ganas de matarse. El mundo no le parecía un lugar acogedor, y se refugiaba de su hostilidad encogiéndose sobre sí misma como un caracol asustado. Pero sus sentimientos hacia el mundo cambiaron el verano en que conoció a Reinaldo. Sin saber muy bien por qué, decidió que pasaría con él tanto tiempo como fuera posible, y que aprendería de él los secretos para hacer las más bonitas pulseras; que eso le gustaría, que le sería útil. Reinaldo parecía feliz teniéndola como amiga y ayudante, y eso la hacía sentir segura sobre que no iba a recibir traición.

El verano pasó lento y suave por la piel de Laura y, a pesar de que hacía tiempo que no se sentía tan bien, una sombra empezó a crecer en su interior. El parto se le adelantó unos días, pero el bebé parecía estar bien. Laura le daba de mamar junto a la ventana, dando rienda suelta a sus pensamientos. Reinaldo se iría al final del verano, y así terminaría su diversión. Angustiada con la idea de que todo volviera a ser como antes, decidió que Reinaldo era una persona fuerte que se sobrepondría a cualquier cosa, mientras que ella necesitaba esto que tenía ahora para seguir adelante. Una tarde le vino a la mente la certeza de lo que quería: robarle la casa a Reinaldo como un cangrejo ermitaño se apodera de la concha de un molusco muerto. La idea del asesinato le parecía demasiado cruel como para llevarla a cabo, y no creía que fuese necesario llegar tan lejos. Simplemente esperaría a que Reinaldo le pidiera que aparcara la furgoneta cerca del puerto para salir a la carretera con ella y desaparecer. Haría collares, pulseras, anillos, los vendería, ganaría suficiente para seguir moviéndose, y llevaría esencialmente la vida que Reinaldo había estado llevando hasta ahora. Todos la condenarían, y eso le daba cierto placer. La familia del marido confirmaría gracias a esto que “siempre había estado un poco loca”, cosa que de todas formas ya habían decidido sólo por sus silencios y el tiempo que le gustaba pasar sola. Los vecinos la llamarían mala madre y le compadecerían a él por haber errado la elección de la esposa que le convenía. Laura sentía una indiferencia inmensa ante todo esto, le alegraba la idea de no volverlo a ver, de que se encargara a solas de sus hijos y que viera lo que se había estado perdiendo. Los hijos la olvidarían, y esa certeza le gustaba; era como librarse de un gran peso.

Preparó una mochila con las cosas que no quería dejar. Sabía que llegaría su día, el día adecuado para irse, en que Reinaldo le daría voluntariamente las llaves del coche y le pediría que comprara algo, o que llevara algo a alguien, o que aparcara en otro sitio porque los del mercado querían que se moviera, y mientras él planeaba hacer otra cosa, hablar con alguien, o comprar comida, y entonces ella cogería las llaves, le daría las gracias por todo y se llevaría su concha. Hasta entonces, esperaría implacable, pacientemente, como un gato que sabe que un día el ratón doblará esquina.