22/4/14

El ocaso del alba (Blanca)

Cuando desperté todo se había desvanecido, como el humo el cual se funde con la atmósfera y no sabes dónde va, en un lugar cercano dentro del universo. Gustavo había pasado una mala racha, había discutido con su novia hacía unos días, además de catear algunos exámenes, bueno y en otros ni siquiera se había presentado. De hecho, llevaba una buena racha de absentismo en el instituto que el colegio apenas le recordaba de su obligación a asistir y su madre con la cual convivía a regañadientes a diario, lo daba como un caso perdido y también, e desentendía. Así que el joven Gustavo hacía la calle con sus amigos, pero no desde hacía meses, sino desde hacía años. La calle era su casa, sus amigos su familia, los porros su droga favorita para huir de los problemas que la sociedad ejercía sobre él, sí eso pensaba, se pensaba víctima de todo, así que culpaba a todo lo malo que le pasaba y a muchas de las cosas que se buscaba, por ejemplo follones con algunos de sus colegas. Pero claro, él no lo veía así por aquel entonces. Sí, y un joven sin recursos, apenas tocaba los dieciséis años y muchas veces la policía había estado a punto de pillarlo por tráfico de droga, que era como a duras penas algo de dinero recibía para sus vicios. Una mala vida, lo más triste es que quería cambiarla y no sabía como, dentro de una espiral de violencia, de sustancias que lo tranquilizaban, pero que la sociedad prohibía de cierta manera, una espiral de precariedad. Y notaba que muchos de los reclamos no eran escuchados, por lo que soñaba algún día, poder despertar de aquello.

Bueno, no todo era malo. Había conocido hacia unos meses a una chica, una amiga de la novia de un amigo suyo. Era más pequeña que él, más responsable dirían algunos adultos. Se gustaron y comenzaron a salir, a Gustavo le gustaba su sinceridad y el hecho de que ejerciera cierto nivel de responsabilidad y de control para con él, puesto que veía antes que apenas le importaba a nadie, que ninguna persona le prestaba atención, pero con ella era diferente. Pero los padres de ella cuando lo conocieron se opusieron viéndole las pintas de macarrilla; así que habían tenido la primera discusión y Gustavo lo estaba pasando realmente mal últimamente. Así que para mejorar más el asunto, había vuelto a consumir, ya que cuando conoció a Estela, había dejado los porros. Y en una de sus fumadas magistrales pensó que estaría bien despertar y que no hubiera ningún problema de por medio, como en una especie de nube etérea que lo sostuviera ante todo y purgara todos sus males, puesto que aunque en algunas cosas no sospechaba bien las consecuencias de sus actos, bien sabía que muchas veces no había estado bien algunas conductas.

Así que una mañana de niebla espesa y profunda, de esas en las que apenas se ve el horizonte y todo parece efímero pasó algo maravilloso. De repente, cuando Gustavo bajó del autobús que lo llevaba al Equipo de Medidas Judiciales, comenzó a abrazar a la gente en un ataque de amor, de empatía y de solidaridad con las demás personas: altas, gordas, viejas, jóvenes, niños. Y vio que las demás personas a su alrededor también, pero no le resultó extraño, le resultó cercano, vivo y muy cálido y quiso por un momento, que eso durara siempre, todo lo malo de su vida, pro un momento desaparecía y lo que le unía a las personas era hermoso. Pero cuando la niebla espesa y baja desapareció, el hechizo paso a un segundo plano por lo que todo volvió a la normalidad. Todos y todas mirándose a las caras, con ojos confusos de fascinación y asombro al verse abrazados ante una persona desconocida en plena calle. Era cuanto menos curioso. Todo volvió a la normalidad, todo menos Gustavo, que desde esa mañana algo en él cambió y quiso además que así fuera.

Blanca

15/4/14

El maltrato del diferente (Esther)

Pensaba que jamás se podría ver en una situación como esa, apresado en una jaula más pequeña que su propio cuerpo. Acosado día y noche, por la mirada de su verdugo, por sus mezquinas palabras, por su tortura de sonrisas malévolas. Se encontraba ahí por ser considerado diferente, por su color de piel, su tacto, su forma, su lengua, su forma de expresarse… se le apresó sin previo aviso, cortando su merecida libertad, y se le lanzó a esa zanja de barro.
Se pasa el día llorando lágrimas secas, repleto de rabia. Se pasa el día bramando gritos secos, lamentos dolorosos.
Y cuando aparece él, tiembla. No sabe cual será su castigo. Se escudriña al final de la jaula y solloza perdido. Y él le golpea, le insulta… siempre le insulta.
Ahora le ceban sin parar, solo le dan de comer una y otra vez. Tiene miedo, comienza a creer que se lo quieren comer. ¿Y si ese es el motivo de su captura? ¿Sus raptores son caníbales? Cada vez que engulle esa bazofia se encuentro mal, pero no puede parar. Come compulsivamente, metiendo su boca en esa mezcla asquerosa, revolviéndose en ese festín angustioso.
Ya no está solo, lo han sacado de esa jaula enana y lo han apilado junto a otrxs como él. Se acurrucan entre ellxs, quedándose dormidxs del cansancio. Piensan en escaparse, pero no saben como hacerlo. Tienen miedo a las represalias, ¿y si su raptor acaba con ellxs de una vez por todas?. Algunxs fantasean con la idea de la muerte, piensan que es lo mejor que les podría pasar. Están hartxs de tener miedo.
Cree que se va a volver loco en esa jaula. Todo huele a muerte, y algunxs de sus compañerxs no lo han conseguido. Es espantoso. Angustia vital.
No lo puede creer, lo han sacado de la jaula, se lo llevan de allí, ¿pero a dónde? Le duele todo, siente su piel sucia, sus pestañas pegadas. Los golpes continuos de su raptor, hacen que su caminar sea más rápido, pero no deja de tropezarse, cayendo de vez en cuando. Llora al ver a la habitación donde lo han llevado. Ve cadáveres rodeándole, trozos de sus compañeros colgados de las paredes, como si de trofeos se tratasen. Su rostro languidece, al ver el cuchillo que se le acerca. Una hoja afilada de metal limpio corta su cuello y ve chorrear la sangre de su vida en el suelo. Su grito es cesado. Su muerte ha llegado.


- ¡Hoy cenamos cerdo! – gritó el ganadero arrastrando al cerdo hasta la mesa.

(Esther)

11/4/14

La bailarina de la avenida roja (Blanca)

Diario de Lilith o la bailarina de la avenida roja; ocho de abril de dos mil cuatro.
Y todo comenzaba a construirse cuando extendía todos mis músculos, hacia el infinito, ya que desde ese momento, era yo misma.

Desde que me fugué de cada de mis padres todo cambió. Siempre me ha gustado escribir en un diario mis anécdotas, a veces soltaré frases sueltas lector/a, frases que no tienen mucha relación unas con otras, como... una corriente de pensamientos. Sí, un especie de monólogo interno, fue una de las cosas que más me chocó de la asignatura de Literatura Universal.

En este par de páginas quiero relatar para la posteridad, con quizás sucesivas modificaciones si no lo acabo perdiendo o guardándolo en algún cajón olvidado de no sé... del mundo en general. Quiero relatar cómo acabé siendo llamada “bailarina de la avenida roja”. Yo desde muy pequeña sabía que quería ser de mayor, mi abuela, que era muy entrañable y muchas veces la recuerdo cuando me dan brotes nostálgicos. Quería ser bailarina, y no era un capricho de niña pequeña y caprichosa, lo sabía desde que tengo uso de razón, como si estuviera escrito en el firmamento, en mis genes o... sinceramente no se me ocurren más cosas, apuesto a que estaba escrito en mis genes. Bueno, sea como fuere, relato a grandes rasgos mi vida. Nací en una familia muy humilde, de pueblo, un pueblo muy pequeño donde todos se conocen, siempre me ha gustado, sobre todo cuando era más enana, pero llegó un punto en que se me quedó muy pequeño, supongo que a mucha gente le habrá pasado, ¿no?.

He sido hija única y sinceramente, bueno creo que siempre he pedido a gritos callados un hermano, al que cuidar, sintiéndome así responsable de alguien y focalizando mis ganas de querer, muchas veces reprimidas por unos padres que se hacían sordos ante mis deseos. Y si, el deseo que mas ansiaba era el ser bailarina, poder brillar en los escenarios, ser absorbida por aplausos, recorrer el mundo con energía a ritmo del movimiento de la música, junto con mis compañeras de baile. Así que cuando cumplí los ocho años, les pedí a mis padres algo sordos emocionalmente que me apuntaran a baile, en un pueblo cercano, pero más grande donde sí habían academias de danza. Pero no quisieron, decían que eso era un capricho banal y que me tenia que esforzar en los estudios, para algún día llegar a ser médica. Sí, médica. ¿En serio? ¿Por qué habían decidido por mí tan pronto? Así que como mis genes me impedían que cumpliera los designios de mis padres sordos emocionalmente, pues me convertí en una muda selectiva que bailaba. Lo de muda, sí, es cierto no hablaba, para nada y lo de selectiva era porque era muda, pero sólo con mis padres y aunque me llevaron a mil y una psicólogas, yo me resistía. Lo siento pero quiero ser bailarina, fue la nota que les dejé una Navidad. Así que llegó la adolescencia, esa etapa jodida dicen, en la que cambiamos por dentro, por fuera y por todo, pero mis genes seguían persistiendo en bailar, no me importaa dónde ni cuando ni qué. No tenía maestra, así que supe que mi mejor maestra debía de ser en aquellos momentos yo misma, yendo a la biblioteca y documentándome todo lo que podía, tragándome todo el canal de deporte para ver algo de baile, ya fuera natación sincronizada, ballet o bailes de salón, cogía un poco de cada cosa, y así, me imaginaba en mi mente cómo sería en un futuro, una bailarina que revolucionaria el mundo con mi nuevo estilo persona. Bueno en fin, pues eso que tiene la adolescencia, ¿no?

El paso siguiente era idear un plan, ¿verdad? Mis padres no estaban dispuestos a ayudarme, por lo que tenía que comenzar a idear mecanismos para conseguir lo que quería, que era llegar a ser bailarina. Así que desistí estudiar medicina, aún habiendo sacado muy buenas notas y pudiendo ser becada, fue lo último que quería estudiar me dije, del bachillerato no paso. Así que tras ese episodio lleno de amargura por parte de mis padres y de mí (el cual mi mudez empeoraba) decidí cuando cumplí la mayoría de edad que tenía que, de una vez por todas, acabar con la poca unión que tenia con ellos y me fui a vivir con una gran amiga que se había mudado a la capital con sus padres. Le prometí que buscaría trabajo de lo que fuera, para al menos pagar algo de alquiler y gastos. Mis padres, emocionalmente sordos y yo una muda potencialmente cansada de ellos con ganas de bailar se lo tomaron con resignación, pues según ellos, no podían ya hacer nada por mí.

Me esforcé y tras ahorrar unos meses trabajando de camarera gracias a un contacto de la madre de mi amiga, y me apunté a una academia, también recibía algo de dinero por parte de mi abuela, la que he rescatado anteriormente. Comencé a hacer ballet, pero el estilo no me llegó a gustar, más bien también era el modo de dar las clases de la profesora, pero creo que pude extraer bastantes movimientos interesantes para mi estilo personal. Más tarde pasé por el flamenco, y me pareció muy exótico, también toqué algo de danza africana, hasta llegar a las danzas tribales. Y a partir de ahí comencé a investigar, a gastarme todo lo que ahorraba y más en esta danza que me absorbía, puesto que pretendía una fusión de muchas danzas del mundo, incluidas las orientales.

¿Y por qué escribo esto?Bueno, pues en primer lugar, por mí misma, por que siempre he pensado que escribiéndolo se hace mas contundente y todo cobra mucho más sentido (hay cosas que ni yo entiendo ni de mi misma ni de mis circunstancias, pero así es la vida, un continuo flujo de experiencias que nos hacen crecer y crearnos como personas). ¿He conseguido ser la más exitosa bailarina del mundo? No y no sé si algún día lo seré, pero al menos cada mañana me levanto bailando, que es por lo que me despierto y me levanto. Una bonita manera de sonreír a la vida. A partir de entonces los y las que me conocen me apodan “la bailarina de la avenida roja”, supongo que nacería de alguna cena absurda, la cual estaría un poco bebida para acordarme, ¿qué más da?. Queda exótico.

Blanca

10/4/14

El ocaso del alba (Esther)

- Esto se ha acabado – le dice alzando la copa a modo de brindis. A él le cambia la cara por completo, desencajándose su mandíbula en una pose de lo más ridícula, con un espárrago entre los dientes, pero no se lo cree, piensa que es una broma de mal gusto, y más en un momento como ese, celebrando su cuarto año juntxs. Chocan las copas de vino, y el tintineo se le queda clavado en la cabeza.

- ¿Pero qué dices cariño? – dice molesto, nunca le han gustado las bromas, y menos así, de esa forma tan malévola.

- Pues que se ha acabado. ¡Salud! – dice ella alzando su copa hacía arriba, con una sonrisa de oreja a oreja, verdaderamente contenta. Le da un sorbo al vino y se relame los labios – Buah, riquísimo, debes de probarlo – le dice señalando la copa que él aún sostiene sobre sus manos tensamente.

- Pero que tonterías dices – le recrimina molesto - ¿A qué viene esto? – le pregunta inquieto.

- A que esto ha terminado y ya no tengo nada más que decir sobre ello. Esto tenía fecha de caducidad, pero yo no supe verlo. Ahora me doy cuenta. C'est fini!

- ¿Ahora? Se ha acabado sin ton ni son, ¿ahora? Mientras estamos celebrando nuestro aniversario, en tu restaurante favorito, con todos los detalles que a ti te gustan… ¿ahora? ¿de verdad? – le dice completamente incrédulo. Su jeta cada vez está más descolocada.

- Si, ahora mismo. Ha sido como un flash. Como, ¿de verdad quieres esto para ti? ¿le sigues queriendo a él? Pues no. Creo que te he dicho tantas veces que te quiero que ha perdido todo el sentido que pudieran tener esas dos palabras desde un principio.

- Claudia. Tranquila, medita tus palabras. De verdad. Te vas a arrepentir de la que dices – le dice él molesto, aguantando la compostura en ese elegante restaurante japonés.

- No tengo nada que meditar. No te quiero – le escupe las palabras con serenidad y total calma – Hace tiempo que no te quiero, pero no me daba cuenta. Amor de cuento, nos venden desde pequeñas. Todo de color rosa. Un príncipe y una princesa, y comieron perdices y fueron felices. ¡Ni un cojón! – dice ella de un grito. La gente se les queda mirando. Él le señale que se calme, que hay ojos por todas partes – Ves, eso jamás me ha gustado de ti. Siempre escondiéndote en tu pulcro caparazón. En el amor hay mierda, y si sale así, sale, sea como sea, huele – dice orgullosa.

- No te reconozco – le dice lastimero – Claudia, ¿hay  otro hombre? – le pregunta encolerizado. Ahora su cara, además de tener una pose patética, está roja, muy roja, y tensa, tan tensa que aunque le golpearan no le harían daño.

- ¿Es que siempre tiene que haber otro hombre? – le dice perpleja – Hombres en todas partes, mujeres también, algún que otro perro quizás… pero lo que pasa aquí es que no quiero estar contigo… ni por uno, ni por otra, ni por ese o esa cosa, ¿vale? No quiero estar contigo, ya no… - mira su copa vacía y coge la botella. Se pone el final de lo que queda, y orgullosa se lo bebe de golpe - ¿Pedimos postre? – le pregunta amable.

- Te odio, te odio Claudia – le dice muy enfadado.

- Tienes todo tu derecho, yo también te odio. Es curioso, dejas de querer a alguien y ese amor tierno, pasional, incluso incondicional que tenías se vuelve odio, un sentimiento de repulsión, asquete… sí, me das asco, eso es – le dice ella tan calmada.

- Esto es surrealista – dice él mirando hacía otro lado. Siente que todo el restaurante esta mirando cada uno de sus movimientos. Se tensa de nuevo. Respira con dificultad. Comienza a sudar.

- Camarero – grita ella – Postres – le dice a un camarero asiático muy atractivo. Él le asiente con la cabeza y ella le guiña un ojo juguetona.

- No me jodas, ¿ahora te van los chinos? – le suelta cabreado. Parece que en algún momento va a sacar espuma de su boca.

- Siempre me han gustado los asiáticos cariño. También los mulatos, los latinos, los americanos… que pasa, solo me pueden gustar los españoles de pura cepa, de esos con pelo en el pecho…

- ¿Qué van a tomar los señores? – pregunta el camarero – Tenemos flan de calatrava, buñuelos de calabaza con chocolate, flan de huevo, tarta casera de manzana, de chocolate y de caramelo, macedonia de fruta y sorbete de limón, recomendado por la casa a los enamorados – dice sonriente el delgaducho y alto camarero.

- Yo quiero un sorbete de limón – dice ella contenta.

 Yo nada, amarillo – recrimina él jodido.

- ¿Cómo dice señor? – le pregunta extrañado el camarero.

 Te ha llamado amarillo – dice ella jocosa.

- Señor, ese tipo de comportamiento no se tolera aquí – le dice amablemente - ¿Va a desear algo de postre el caballero?

- No, cretino. Y aléjate de mi novia, picha corta – le insulta enardecido.

- Señor, voy a tener que pedir que se marche de mi local.

- Ni de coña, pringao’ – le espeta sin pensarlo. El camarero llama a otro compañero y se retira. Aparece un hombre, que parece más un armario ropero, y se coloca frente a ellos.

- Salga del establecimiento señor – le dice muy serio, pero manteniendo la compostura, el restaurante esta a rebosar, y sí, ahora las miradas ya se dirigen a ellxs.

- Yo de aquí no me muevo. Ni tu ni nadie me mueve de aquí, ¡gilipollas! – grita como un energúmeno. El hombre-armario ropero le coge del pescuezo, como si fuera un pequeño gatito, y lo saca del establecimiento rechistando, gritando como un loco violento.

- Señorita, aquí tiene su sorbete – le dice el camarero a Claudia, que sigue sentada tranquilamente.

- Gracias, a su salud – le dice guiñándole de nuevo un ojo - ¡Por la libertad!

(Esther)

9/4/14

La bailarina de la avenida roja (Rosæ)



Salto de la cama en cuanto el primer rayo de sol me araña la cara. Me visto, cojo el poema; bajo las escaleras de puntillas, sin hacer ni un ruido, intentando asegurarme cuanto antes de que nadie está desayunando en la cocina. Tengo el corazón en la boca y tiemblo de pies a cabeza. Entro en el comedor para coger la urna, que está encima del televisor (¿no es un sitio horrible para las cenizas de un muerto?) y la meto en mi mochila. La bici me espera fuera. Cierro la puerta con cuidado, monto mi montura y pedaleo con rabia. Me espolea el miedo a que alguien me descubra e intente detenerme. Veo en las caras de las personas con las que me cruzo que éste es un día normal para ellas, que nada excepcional ha ocurrido que les arruine la comodidad o la rutina. De alguna manera siento que eso me molesta mucho, pero al mismo tiempo me da una sensación de importancia, como si tuviera conexión íntima con un algo especial y superior que los demás no tienen, una suerte de comprender. Van a morir. ¿Piensan en ello; lo saben? Hay algo muy extraño en la idea de que alguien compre el pan hoy y pueda ser almuerzo para gusanos al día siguiente. Algo como yo que está vivo y que piensa y puede moverse me parece tres veces mágico. La muerte termina con esa magia que me resulta inexplicable y así, las dos, la muerte y la magia, me resultan inexplicables. Uno se acostumbra tanto a estar vivo que la muerte parece un gran incordio sin sentido ni realidad, fuente amarga de incomprensión y sufrimiento. A mis diecisiete años, tengo la sensación de que aquí se cierra mi infancia y empieza mi vida de persona adulta independiente y responsable de sus actos, porque esto me parece la primera cosa que hago en mi vida que realmente me importa, la primera cosa que quiero que se haga así, y no de otra manera, y por la que asumo las incómodas consecuencias del después. Esa idea me da fuerzas y pedaleo con más energía, rumbo a la carretera que lleva al mar, hacia el acantilado.

Encontré el poema plegado, dentro de un sobre amarillo, en una edición viejísima de Crimen y Castigo, mientras mi hermano y yo buscábamos tesoros en el sótano. Mi primera impresión fue que se trataba de una carta extremadamente larga, pero tras leer algunas líneas al azar me di cuenta de que el texto tenía algo de la sonoridad y el ritmo que caracteriza en general a la poesía, y desde entonces le doy el tratamiento de ‘poema’ para mis adentros. Seguramente, pensé, sin embargo, lo habrá escrito algún miembro de la familia, y si de verdad se trata de un poema no creo que sea muy bueno. Esa noche empecé a leerlo, con relativa curiosidad. Se titulaba “Valentina, la bailarina de la avenida roja”. Los oscuros versos me parecieron hostiles como caminar de noche entre las zarzas, pero fui abriéndome camino a través de ellos hasta comprender que contaba la historia de una joven en una ciudad extranjera, y que bailarina era un eufemismo para prostituta. Numerosos detalles terminaron por abrirme los ojos ante algo que nunca diré en voz alta: que la joven prostituta era mi abuela. Me pregunto si mi abuelo lo sabía cuando se casó con ella. Creo ser la única persona del mundo que tiene la llave de este negro secreto, y la única llave es este poema que va a ser destruido hoy.

Lo he leído muchas veces y me parece que el texto es cerrado como una ostra y que me desafía. Trasmite imágenes relativamente claras de algunas escenas, eso es lo único digno de agradecer. Los saltos cronológicos se dan continuamente, como sin permiso, y me parecen una burla al confundido lector yo. Las circunstancias por las que en el poema la joven Valentina acaba ejerciendo la prostitución no me parecen claras, se ocultan detrás de versos resentidos y maldiciones varias, pero la combinación de unas palabras y otras contribuyen a la idea de que ella no es culpable, de que todo confabuló en su contra. Aparte de eso, no puedo sacar más conclusiones. Ni siquiera podría decir quién lo ha escrito, ni si lo ha escrito la misma persona en diferentes momentos de su vida o varias personas en el lapso de una semana. A veces parece escrito con ternura y amor de amante, a veces con empatía de amigo, a veces con reproches de madre mala, a veces con la crueldad con la que uno se trata a sí mismo. Los párrafos cambian de color demasiado caprichosamente. Podría ser ficción y que mi abuela no haya sido puta nunca, pero no lo creo. Creo que todo lo que cuenta es cierto, que todo ocurrió en sus huesos años atrás. Las razones por las que lo ha guardado también se me escapan, pues podría haber terminado en las manos equivocadas, gritando algo que no creo que ella quisiera oír en boca de nadie. Veo…, que quizás fue simplemente un descuido de años atrás…, quizás lo tenía en la mano cuando alguien llamó a su puerta, y sólo quería esconderlo de esa persona por unos minutos pero permaneció escondido el resto de su vida. No importa. Fue después de leer el poema cuando decidí que no podía enfrentarla, que mi enfado o mi indignación eran demasiado grandes y que siempre había creído que la quería pero que quizás no la quería tanto. Entonces empecé a poner excusas para no ir a visitarla a la residencia de ancianos, y ahora sólo me queda lamentar haber decidido demasiado tarde que no tengo derecho a juzgarla.

Es un día ambiguo, burlón y tranquilo, gris y amarillo, con duchas alternativas de lluvia y sol a las que aún no he logrado acostumbrarme. Abandono la bici después de dos horas de viaje y continúo caminando ceremoniosamente hasta el borde del precipicio, con la urna en las manos. No importa que no sea un día especial para el resto del mundo, es un día especial para mi abuela y para mí. Me sobrecoge la emoción, me conmueve nuestra intimidad. No sé si tiene sentido hacer por un muerto lo que uno cree que le gustaría que se hiciese en caso de poder opinar, pero sé que yo quiero ser la figura sin nombre de la que hablan los párrafos finales, que quiero decirle a esa voz de las alturas que su voluntad se hace a través de mí y que la quiero bien, como el poema dice. Porque es el final del poema lo que me ha llevado a la creación de este día. Los versos hablan como desde arriba de lo que pasa después de la muerte de la protagonista, que ya es anciana, ha sufrido un derrame cerebral y hace tiempo que no puede valerse por sí misma, por lo que los hijos la han llevado a un centro especializado para que la cuiden inmaculados profesionales en el cuidado de ancianos. Ella muere un día por la mañana después de una noche de sueños rarísimos. Su enfermera favorita lo descubre cuando va a poner nuevas flores amarillas en su mesita de noche. A pesar de que el testamento es claro (ella quiere que la incineren y que tiren lo poco que queda de ella en el mar, clásica, romántica, sencillamente) la familia tiene un encendido debate sobre si enterrarla junto a su marido o incinerarla. Deciden incinerarla, pero nada de darle mar. Llevarán sus cenizas al cementerio y las esparcirán sobre la tumba del marido. Desde arriba, la voz del poema se lamenta con cadencia trágica de que, una vez más, su voluntad no prevalezca, de que se le haga injusticia incluso después de muerta, de que quieran convertirla en una manta cenicienta para cubrir a otro muerto, cuando ella sólo pide fundirse con las aguas del mundo. Pero aparece hablándole en la noche una figura nueva e inocente que siempre la quiso bien y que comprende su debilidad por el mar. Esta figura la rescatará durante el día amarillo que sigue al día de la incineración, robará sus restos a espaldas de sus padres y la llevará en bici hasta un acantilado desde donde le dará alas para unir su memoria a la del océano. Lanzo las cenizas al aire, que forman un arcoíris plateado antes de desintegrarse para siempre ante mis ojos bajando en ansiosos remolinos hasta el agua. Sonrío en paz. Después elijo otro final para el poema. Hago siete aviones de papel con las siete páginas en las que fue escrito, y luego los hago volar hacia el sol, que sale de detrás de una nube desperezándose majestuosamente y me acaricia la cara como sonriendo. Yo suspiro, agradezco su calor.

7/4/14

La bailarina de la avenida roja (Esther)

- ¿Empezamos? – me pregunta señalando la grabadora. Le asiento.

- Mi nombre es Amelia. Nací en Barcelona hace 49 años. Llegué a Ámsterdam a los 17 años. Me fugué de casa por amor. Un absurdo amor romántico que lo único que hizo fue destrozarme la vida – me encojo y respiro – Empecé a bailar a los tres años, en las mejores escuelas privadas. Primero danza clásica, pasando por contemporánea y tribal. Siempre fui muy buena en las danzas tradicionales, los ritmos latinos… el baile me daba libertad, tranquilidad, calma y equilibrio en mi vida. A los 16 años me enamoré de mi profesor de tango, Richard. Él tenía 40 años, una familia, una bonita casa, un deportivo grande de color gris y un baboso perro muy peludo y de extrañas orejas. Y como no, una crisis de edad y un poder de seducción muy fuerte, eso no lo pude ver hasta que paso algo de tiempo. Estuvimos saliendo en secreto durante meses, meses en los que me prometía que iba a dejar a su mujer, que me dijo que yo lo era todo para él, meses de escapadas de fin de semana a su cabaña en las montañas, de sexo desenfrenado y pasional, de regalos, juegos… Y finalmente lo hizo, lo dejó todo por mí, y a mí me encantó, demostrándome así lo mucho que me amaba y lo importante que era yo para él. Así que de un día para otro nos fuimos, a esta ciudad, que después de tantos años se me antoja fría, cruda y desoladora. Richard me prometió que iba a conseguir que yo fuera una bailarina de alto nivel y así fue, durante los dos primeros años en Ámsterdam bailé en teatros, musicales, salas de gran importancia, además de participar en múltiples competiciones, llenándome de oros. Fueron dos años en los que me sentía pletórica, yo, una mujer joven, guapa, con amor… - bebo agua y prosigo. El joven que tengo delante de mí me mira con sorprendente admiración - La relación con mis padres era fría y distante, no vinieron a verme nunca… ellos que siempre me habían apoyado, me dieron la espalda cuando me marche, pues según ellos, yo les había traicionado con mi comportamiento. Nunca vieron con buenos ojos a Richard, decían que se iba a aprovechar de mí… yo ante eso, hice oídos sordos y no me importó lo que pensaran ellos o el resto, yo tenía a Richard a mi lado, y para mí era lo más importante, la persona que daba sentido a mi vida. Era feliz, y me sentía verdaderamente viva. Mi vida iba rápida, pero me gustaba. Fueron dos años perfectos, de fiestas, competiciones, bailes, gente nueva, viajes y amor… y entonces todo se volvió negro. Tras una fiesta en casa de un productor de cine, Richard y yo discutimos como nunca. Lo había visto coquetear con una joven competidora, de unos 16 años. Él tonteaba con ella y ella le seguía la corriente, sin ningún descaro. Yo me enfadé tanto, que fui delante de ambos y golpee a la chica con una copa en la cara. Un velo de sangre cubrió su cara. Su piel blanquecina estaba llena de pequeños cristales que rajaban sus finas mejillas. Richard me cogió del brazo y me saco a rastras del la sala, mientras escuchábamos el llanto agudo de la chica y las voces que me condenaban al destierro de la danza en esta ciudad. Subimos en el coche y nos quedamos en silencio. Yo le empecé a decir que por que me estaba haciendo eso, esa actuación tan cruel por su parte. Él se mantuvo en silencio. Yo rompí a llorar, celosa. Le dije que no soportaba que tuviera esa actitud con otras chicas, que no era la primera vez que me lo hacía. ¿Es que ya no me quería? ¿Ya no era lo suficientemente joven para él? Me acercaba a los 20 años con rapidez y siempre le sorprendía mirando a niñas de 15 años con lascivia. Grite furiosa y él me golpeo la cara. Y entonces, un coche furioso, que violaba el asfalto con sus ruedas rápidas, nos arrollo, lanzándonos por los aires. Al despertar vi que Richard ya estaba fuera del coche. Yo no podía moverme, estaba completamente bañada en sangre y me dolía todo. “No te preocupes cariño, todo va a salir bien” me dijo. Luego me quedé inconsciente, y lo siguiente que recuerdo fue que estaba en el hospital, y cuando desperté Richard ya no estaba, y nunca más volvió – sollozo confusa. Han pasado 29 años desde ese momento. He tenido múltiples amantes, he pasado mil lecciones más en mi vida. He hecho cosas de las que me arrepiento y muchas más de las que no. Pero Richard me sigue pesando como el error más grande de mi vida. El chico me mira tranquilo, analiza mis ojos con dulce ternura. Me recuerda a mi padre cuando era joven. Gafas oscuras, pelo castaño, nariz grande y aguileña, muchas pecas en el rostro y una expresión de paz envolviendo ese rostro tan bonito -  Cuando volví sus cosas ya no estaban, todo se había desvanecido. Como una perfecta pompa de jabón que yo siempre había intentado mantener, pero que en el fondo había sido imposible desde el principio. Y entonces me di cuenta de lo sola que realmente estaba. Había construido mi vida en él, mi realización personal, laboral… todo. Todo lo había sido él, y sin él me encontraba sola, perdida. Pase días llorando en casa, lamentándome de haber abandonado mi vida en Barcelona, de mi inexistente relación con mis padres, no tenía ni siquiera una verdadera amiga… me sentía superficial, vacía y sin ningún camino por delante. Fue un periodo difícil, y sin la ayuda de nadie, me costó mucho más salir de mis miserias… lo único que hacía era alimentar el llanto que me acompañaba noche y día, la rabia que hacía hervir mi sangre y la tristeza que me dejaba destrozada. Pero un día me levante de la cama, y decidí que ya era hora de volver a la carga, de subir a los escenarios, de volver a sentir la paz que me otorgaba la danza. Mi sorpresa, que no era tan sorpresa, fue que después del incidente de la joven a la que le estampé un vaso en la cara, nadie quería contratarme, “conducta inapropiada” me decían, pero yo sabía, que además de por mi acción, Richard había metido baza de por medio… él y sus múltiples contactos, cerdo inmundo… hizo lo que fuera para que nadie volviera a darme una oportunidad en esta ciudad, y así empecé a quedarme sin dinero. Deje de pagar el alquiler, las facturas del agua, el gas… y me sumí en una depresión peor que la anterior… Caí enferma, me echaron del piso, y lo peor para mí, la soledad que sentía. Pensé en marcharme, en abandonar, pero no quería ser derrotada por la ciudad que me había acogido con los brazos bien abiertos a mi llegada y que me rechazaba en ese momento como si fuera una apestosa. Así que me dediqué a bailar en sus calles, a fusionarme con la calzada, a ser parte más del mobiliario urbano, y pronto me gané el sobrenombre de la bailarina de la avenida roja, y desde ese día, hasta ahora bailo en las calles de la ciudad, y vivo itinerante de lugar en lugar, pero no quiero abandonar esta ciudad, pues aunque se me prohibieron los escenarios durante años, nadie pudo hacer nada con respecto a las calles, y de verdad, jamás me he sentido más libre que bailando en los bulevares, los callejones, los paseos, los puentes, las travesías, las vías, los pasadizos… las arterías que constriñen y forman esta decadente ciudad.

- Vaya – me dice el joven  con asombro.

 ¿Por qué hace esto? No gana nada de nada con ello – le pregunto mientras me levanto del frío suelo.

- No todo es ganar dinero – me dice sonriendo apagando la grabadora – Usted me entiende.

 Claro… ¿pero de que le sirve todo lo que le he contado?

- Colecciono historias, recojo vidas, agrupo todas esas palabras que crean vida. Su vida, mi vida… todo es hermoso. No quiero que historias como la suya se pierdan, y al menos ha podido narrar todo esto a un joven curioso que quería conocer los verdaderos orígenes de la maravillosa bailarina de la avenida roja – me dice sonriendo.

- ¿Se queda al show? – le pregunto. Me siento ligera, aliviada de una carga de años. Siento que le he pasado toda mi rabia a esa vieja grabadora.

- No me lo perdería por nada del mundo – me dice extendiéndome sus manos y deslizando sus dedos por debajo de mi blusa, como si siempre lo hubiera sabido, acaricia mis viejas cicatrices en las muñecas con mimo.

Y entonces volamos.

(Esther)