27/2/14

Edición especial de Navidad (Rosa)



Después de anunciar al patrocinador Servo 6000, “el amigo que lo hace todo”, comenzó la segunda parte del programa de más éxito de toda Nueva Finlandia, el Estado más joven de los EE. UU. La familia Myers abandonó los platos vacíos en la mesa del comedor y se acomodó en los sillones de agua tibia con un gran bol de palomitas entre las piernas. En la calle, la nieve seguía amontonándose por las esquinas como grandes montañas de azúcar muy frío; en el interior de la casa, la temperatura no bajaba de los treinta grados, y la atmosfera festiva que de por sí traía consigo la Navidad resultaba definitivamente inmejorable gracias a las dos horas que ofrecía el programa más entretenido de la televisión, Public Justice, edición especial de Navidad, que no sólo entretiene sino que le hace un gran servicio a la sociedad, apareció en letras enormes en la pantalla; la pantalla cubría toda la pared y regalaba la sensación de ser parte del público. Una gran ovación ensordeció a los tres miembros de la familia, que se sonrieron los unos a los otros. Damas y caballeros, ha llegado el momento que todos estábamos esperando, la gran final de nuestro especial de Navidad, gritó el presentador, un tipo con gomina por cabellos y sonrisa blanca como un destello. Comprobaremos el resultado de las votaciones de nuestro público, y acataremos la sentencia de los ciudadanos de Nueva Finlandia, proclamó con voz potente, alzando las manos. Una nueva ola de aplausos hizo temblar el suelo bajo sus pies, y el presentador sonrió más, si cabe. He oído que los imputados podrían ser inocentes, y que los tipos del programa podrían inventar las historias de sus crímenes solamente en pro del espectáculo, comentó la hija, mientras mandaba por mensaje un corazoncito oloroso a su novio, con el que se había peleado el día anterior y que acababa de pedirle perdón. Se equivocan, replicó la madre sin apartar los ojos de la pared-pantalla, son culpables, las pruebas se enseñan al principio del programa, se sabe que se trata de gentuza que nadie querría a su alrededor. Malas personas, terminó de explicar el padre, negando con la cabeza. Espero que ninguno sobreviva, exclamó enseguida, y la voz le tembló un poco. La hija se limitó a bostezar y a apoyar las botas en la mesita del té, cuya superficie cambiaba de color dependiendo de la temperatura de la casa.
Se trataba de dos hombres y dos mujeres que habían secuestrado a un influyente empresario y lo habían mantenido a pan y agua en el sótano de una casa abandonada en medio del campo. Habían pedido un rescate, pero la policía los había encontrado antes y los había metido en los calabozos de Public Justice, que estaban llenos de criminales a la espera de ser juzgados por los ciudadanos del país. Normalmente, el programa se centraba en dos criminales, se contaban sus respectivas historias, se dejaba que el público eligiera a un favorito, y tras una serie de pruebas de calibre menor que no obstante destrozaban física y moralmente a los reos, los enfrentaban al grito de vive o muere. El ganador aparecía en la siguiente edición del programa, en el que se encontraba con un nuevo criminal, con una nueva historia y nuevas y originales pruebas que superar antes del enfrentamiento final. El perdedor siempre moría, por unas u otras causas. Pero ésta era la edición especial de Navidad, de modo que era un poco diferente. Cuatro criminales, cuatro secuestradores sin escrúpulos (el empresario-víctima se encontraba entre el público que reclamaba justicia con los puños cerrados) lucharían por su vida o morirían sin remedio. Así lo habían anunciado durante semanas, y el caso, popularmente conocido como “caso O’Reilly” se había hecho particularmente famoso. Una de las mujeres había muerto ya en una de las pruebas hacia el final de la primera parte del programa, en un gran cilindro que habían llenado de agua por arriba, que habían cerrado, y del que no había logrado salir. El cadáver desnudo todavía flotaba dentro del cilindro ahogado, como de rodillas, clavando en el público una mirada hueca a través del cristal. Siempre retiraban a los muertos al final. Quedaban tres supervivientes, pues, que presentaban heridas y magulladuras por todo el cuerpo, y estaban encerrados en una gran jaula que parodiaba el hogar de una familia. La televisión mostraba ahora a los tres imputados, desnudos, mientras se hacía repaso de sus culpas y el presentador leía sus sentencias en voz alta, y las votaciones de lo que el público deseaba para ellos (esto es, los diferentes tipos de pruebas mortales que se ofrecían para hoy). Las palomitas estaban a punto de acabarse. Al cabo, el ayudante del presentador, conocido como “el verdugo”, explicó en qué consistiría la siguiente parte del programa, que se acercaba al fin, y procedió. El público se había decantado por un final sencillo pero eficaz. Los supervivientes lucharían cuerpo a cuerpo, ganando puntos por debilitar a sus contrincantes, con las armas que pudieran encontrar. Procedieron a esconderse diferentes tipos de armas por toda la “casa”, que ellos deberían encontrar cuanto antes para ganar ventaja. El reloj de arena roja empezó a correr y los concursantes se lanzaron como leones en busca de algo con lo que defenderse. Al poco rato, la mujer había encontrado un martillo, pero se encerró en una de las habitaciones (el público la abucheó), y uno de los hombres había encontrado un cuchillo y perseguía al otro, que huía despavorido de una habitación a otra como una rata en apuros. El público reía ruidosamente. Quince minutos después, uno de los hombres se desangraba en una alfombra y el otro, malherido y dando tumbos, buscaba a la mujer por el resto de la casa. Mientras, el presentador comentaba la situación con el verdugo. El concursante armado con el cuchillo daba patadas y puñetazos en la puerta de la habitación donde se encontraba su antaño compañera criminal; la mujer había colocado una estantería contra la puerta, pero ésta empezaba a ceder y ella aullaba como un cerdo que sabe que le ha llegado la hora. El martillo colgaba inútil de su mano, y con la otra había cogido un pisapapeles de mármol que lanzó a la cabeza del otro en cuanto éste asomó medio cuerpo por la puerta, con tan buena suerte, que el pisapapeles asesino le abrió al hombre una brecha en la frente, empezó a brotar la sangre y, herido y cegado por su propia sangre, se encogió sobre sí mismo y trastabilló. El público gritó, muchos saltaron de sus asientos. La mujer aprovechó ese segundo de indefensión de su compañero para asestar uno, dos, tres golpes con el martillo en la cabeza enemiga, que se derrumbó al fin. Ella saltó chillando sobre él, cogiendo el martillo con las dos manos, sin dejar de golpear un cráneo que empezaba a convertirse en poco más que una masa roja. Se hizo el silencio entre el público. Se anunció por megafonía el final del programa y se vio al fondo como los de la limpieza salían con un carro de metal en busca de los cadáveres. Ella soltó el martillo y se quedó sonriendo de pie con la mirada perdida. El verdugo entró a por ella y la sacó de la mano, llevándola ante el presentador de sonrisa perenne. La superviviente también sonreía. Había perdido la mitad de los dientes en una de las pruebas, donde había tenido que abrir la boca en un escalón y dejarse pisar por el resto, y mostraba una boca mellada y roja, y una cara llena de sangre propia y ajena: el público la abucheó. Ha sobrevivido por casualidad, no por mérito propio, se quejó el padre. Es una inútil, completó la madre. La hija no dijo nada, respondió con otro corazoncito oloroso al novio que le escribía mensajes color pastel. En la gran pantalla, la cámara volaba hacia la concursante para hacer un primer plano de su cara. La sonrisa se había convertido en una mueca extraña y miraba a todos lados cegada por la luz del foco blanco que la acusaba. El presentador sonriente animaba al público a expresar sus deseos de justicia y el público aullaba y apuntaba con el pulgar hacia abajo. El verdugo se acercó a una señal del presentador, se sacó un revólver del bolsillo y le metió un sonoro tiro en la nuca antes de que ella se diese cuenta de lo que iba a ocurrir. El cuerpo sin vida se desplomó en el suelo como a cámara lenta y el público se levantó a un tiempo, silbando, aplaudiendo. La familia Myers aplaudió a su vez. La cara del presentador ocupaba toda la pared-pantalla y ofrecía a todo el país la mejor de sus sonrisas.

Lord knows, it would be the first time (Esther)

Y empieza el ritual. Enciendo una vela. Me recojo el pelo, pero unas greñas danzan sobre mi frente cansada y llena de preocupaciones. Me desvisto y apago las luces. Me encuentro turbada en una oscuridad forzada. No veo con claridad, tengo las gafas manchadas. Bebo, bebo de esa fría lata llena de cerveza. Mi cara se queda iluminada por la pantalla del ordenador. Una luz blanca, pero no traslucida. Miro el word desnudo frente a mí, y pienso, ¿qué es lo que debo escribir? ¿Qué es lo que busca Sonia con esto?

“El objetivo del ejercicio es que te encuentres. Que te evadas. Recrea, dibuja, escribe, siente la música, bebe…” Cojo la lata de nuevo. Deslizo mis dedos por sus redondeces. Está fría y suave. Bebo otro trago. Largo, sin respirar. Me atraganto y escupo. Un reguero de saliva y birra caen sobre mi suéter azul marino. El terciopelo se humedece. “Imagínate que estás en otro país. El que tú desees. Crea a sus habitantes. Puedes basarte en gente que ya conoces, gente que te rodea. Pero solo tienes una regla, lo más importante, escribe en presente. El momento actual, eso es preciso. Llévate a esas personas a tu mundo. Habla de ellas, pero no con ellas” Me duelen las sienes de nuevo. Clavo mis uñas en mi frente. Siento la piel grasa, sucia. Mis dedos serpentean por mis cejas, mis ojos, mi nariz, mi barbilla, mis labios, mis orejas… cubro con las palmas de mi mano toda mi cara. Respiro hondo, como Sonia me ha enseñado. Y sueño. “Cuando estés en ese país, ese país que solo conoces tú… observa a esas personas que te rodean, que te aman. Empieza por el principio. ¿Qué es lo que verdaderamente te angustia? ¡Escríbelo! ¿Qué es lo que tienes tanto miedo de decir? ¡Plásmalo! Todo, todo aquello que quieras decir, aunque te cuesten lágrimas, gritos, desesperaciones. ¡Dilo! Solo lo escucharas tú. Serás la narradora de tu historia. Tú le pones el principio y el final, pero sé sincera. No busques lógica. Expresa tus sentimientos, modela tus palabras, perfila tus sensaciones, estampa tus razonamientos, y sobretodo, no te juzgues. No tengas miedo en ahondar en lo prohibido, en lo que desconoces. Yo siempre estaré para sacarte de ese pozo de…”

¿Cuál es el principio de todo esto? Simple: Cristina. ¿Y cómo lo puedo decir? Te quiero. Parece fácil, pero no puedo. Te quiero. ¿Será verdad? Sí, lo es, y duele tanto. Antes no lo sabía, pero te quiero. Fantaseo con el momento en que te lo diga y olvides tu vida y te marches conmigo. Juntas, sin un céntimo en el bolsillo. Pero con todo lo que necesitamos. Esa es mi loca y absurda idea. Me siento como una quinceañera estúpida. Solo me doy cuenta que estoy viviendo una mentira. Yo ya no estoy enamorada de Ella, no quiero escribir su nombre. Hemos vivido tanto, pero ya no la quiero. Puede ser la costumbre, puede ser la rutina… quien sabe. Yo lo único que sé, es que pienso día y noche en ti Cristina. En tus abrazos, en tus palabras… cuento las horas hasta que nos veamos. El tiempo no pasa, se hace eterno, y es verte y se vuelve ligero, tranquilo y lleno de absurda paz. Ella lo sospecha. No hace falta que me pregunte nada. La conozco. Me mira mal, lo noto. Una mirada fría, distante y a veces, cruel. Yo no sé cómo llevar está situación. Siento que vivo una doble vida. Y a ojos del resto “No estás centrada” me dice mi madre, “Cuando dejarás de andar con mujeres y te casarás y tendrás hijos” dice Paola, mi hermana, “Te amo” dice Ella. ¿Qué significa eso? Yo escribo que te quiero Cristina, pero, ¿realmente se lo que es el amor? No, no lo se. Nadie lo sabe. All you need is love decían The Beatles, ¿porqué? Tampoco ellos lo sabían. Mucha maría y crack. ¡Felices 60 amigxs míos!. 

No sé que es lo que escribo, no sé porqué lo hago. Confío en Sonia, sí, en sus procedimientos, tal vez. Los cumplo, eso intento.

Miro a la vela, casi consumida, y siento su poder, su fuerza y su brillante pasión. Todxs deberíamos ser fuego y bailar en juegos de sombras. Nada de mentiras, solo ilusiones. Chispas en la vida infladas por locuras. Cristina, te quiero. 

(Esther)

15/2/14

Vida y Milagros (Rosa)



7 de junio. Hoy es mi cumpleaños y me han regalado este diario. ¡Voy a escribir todos los días, para recordar los detalles de todo lo que me pasa! Aunque no se ni por dónde empezar. Puede que me falte constancia para mantener algo como un diario. Una vez un chico me dijo que escribía en su diario todos los días por algún tipo de enfermedad mental (quizás lo entendí mal) y a partir de entonces el chico empezó a gustarme cada día un poco menos. Su comentario me sugirió una inestabilidad profunda y sin remedio, y me dije que el diario no podría arreglar algo como eso.

8 de junio. Le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero mucho le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero mucho le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le quiero le mucho le quiero le quiero se lo tengo que decir

15 de junio. Últimamente estoy muy ocupada y no me da tiempo a escribir, tengo mucho que estudiar pero no me gusta lo que estudio y lo paso mal embutiéndoselo a mi cabeza. Además, creo que solo me apetece escribir en el diario cuando me siento realmente mal y me digo que no puedo hablar con nadie.

(…)

6 de agosto. Estoy muy contenta de estar escribiendo a diario en mi diario, como quería hacer, y de que todo sea perfecto. Hace sol todos los días y después de todo he descubierto que me gusta también escribir cuando estoy de buen humor, y luego releerlo todo y rememorar cada delicioso detalle (siempre pienso que podría olvidar cosas bonitas e importantes, y así las conservo seguro y eso me gusta).

1 de septiembre. He estado escribiendo mucho en verano, ¡cómo he podido ser tan indiscreta! He arrancado todas las páginas indiscretas que podrían delatarme si alguien de mi casa encuentra el diario, no quiero que nadie averigüe lo que me pasa. Escribo esto pero después lo voy a quemar, y bien pensado quemare el diario entero. Ayer me pasó algo extraño y esta mañana me he dicho que después de todo no era un sueño y me he levantado muy nerviosa y excitada, además de angustiada cosa a la que ya me he acostumbrado durante las últimas dos semanas.
Me escapé de casa temprano para pasear y decidir qué hacer con el bebé. No tenía ganas de dar la cara en casa y caminé y caminé, sintiendo que no me movía, que estoy invadida, atada a la tierra por cadenas cuyo tintineo sólo escucho yo. Llegué hasta la cárcel abandonada en la que mi hermano y yo jugábamos a ser presos cuando éramos pequeños y tuve el impulso de meterme ahí y fingir que desaparecía del mundo por un rato. El edificio se cae a pedazos. Da un poco de miedo saltar los escombros acumulados en la entrada y meterse porque uno se piensa que se le caerá el techo encima. De pequeña era como un parque de atracciones para nosotros, pero ahora (que me siento mucho más madura) al entrar sentí una opresión en el pecho, casi podía ver el tiempo muerto estancado en cada celda como una enfermedad mal curada, casi podía ver a los presos a mi alrededor rayando en un muro o mordiéndose las uñas o masticando murmullos de desesperación. Y me pregunté: ¿serían buenas personas, malas personas? ¿Qué clase de sueños habrían tenido las buenas, malas personas que durmieran ahí privadas de libertad una noche tras otra? ¿Cuántos habrían muerto encerrados, y cuál habría sido su último pensamiento? Cosas sencillas, pero que en ese momento me revolvían el estómago. Mientras andada acariciando la roída pared del pasillo con la punta de los dedos, alegrándome de que este centro represor se estuviera cayendo a pedazos y de que no fuera a alimentarse del desgaste de más vidas, oí una tos y se me puso el corazón en la boca. Me asomé a la celda de donde había venido el sonido y para mi sorpresa me encontré con un chico unos años mayor que yo, como de veinte, tirado en una manta (un poco sucia, primero me alegré de que no me invitara a tomar asiento, pero terminé por sentarme yo por propia voluntad), leyendo un libro viejo y fumando lo que supuse era marihuana, aunque nunca había visto a nadie fumar eso, pero es que era un olor extraño, como algo que una cabra se hubiera puesto de perfume (si las cabras usaran perfume). Nos miramos como dos enemigos y pensé que se sentía invadido. Al cabo de unos segundos le dije hola, le pregunté cómo se llamaba y en lugar de decírmelo volvió a toser. Me reí y le dije que le llamaría Tos. (Se llama Tomás,  cuando me lo dijo nos reímos los dos, como dos tontos, supongo que porque había acertado media silaba). Yo le dije que mi nombre era Milagros pero que lo odiaba y que todos me llaman Mili. Y de repente me encontré en la celda, sentada en la manta sucia, fumando, y hablando. Relajada como estaba, hablé de más y le conté que estoy embarazada, sonriendo como si ni me doliera ni aterrara estarlo. Ahora sólo lo sabía él, me reí histérica, no he podido decírselo a nadie más, dije, y me miró durante mucho rato. Luego me preguntó muchas cosas, como si me examinara. No me molestó responder a todo, supongo que porque había fumado eso, pero ahora no recuerdo exactamente qué me preguntaba ni qué respondía yo. Pero entonces lo dijo, y fue como si algo se iluminara en mi interior, algo se convertía en luz de cara a mi negro futuro. Me lo dijo como un secreto: su abuela ayuda a jóvenes como yo con este problema, ella podría ayudarme. Nos miramos largamente, yo era puro nervio, me dolía el corazón de tanto preocuparme, he estado visualizándome dentro de siete meses caminando bajo la lluvia con un bebé en brazos al que no tendría fuerzas ni para poner un nombre, sabiéndome una madre indigna y huérfana de padres y amigos (todos a los que conozco renegarían de mi, ellos nunca pueden saberlo o dejarán de quererme) y no hubiera sabido cómo relacionarme con alguien que pudiera ayudarme sin delatarme ante alguien que me buscara la ruina después de conocer mi pecado. Al fin, asentí lentamente a su proposición de llevarme a casa de su abuela. Iré a la cárcel esta tarde a la misma hora que ayer, así hemos quedado. ¡ESPERO QUE ACUDA O ESTOY PERDIDA! ¡Adiós ahora diario, te quemaré por vergüenza, pero gracias por haber soportado mis palabras! Has sido un amigo, siento hacértelo pagar con llamas. Gracias a ti no me he vuelto loca.

Por un asesinato y seis piñas (Esther)

Tú, si tú. Tú que me estás leyendo. Quiero que sepas que soy el hijo puta más grande de todos. ¿Capto tu atención? Si la respuesta es no, aparta tus apestosas manos de mi diario, y por favor… ¡no me violes! Si es que sí, me alegro, vas a ser participe de la historia, mí historia, la cual está escrita con sangre. Yo soy el carnicero más bestial de todos los tiempos. He acabado con gente, solo por hacerme una simple macedonia de frutas.

Yo nunca quise matar a nadie, pero le cogí el gustito. Primero fue ese vulgar y soez dependiente de la frutería. ¡Él muy cabrón me quiso robar! ¡Me pedía tres euros por piña! ¿Dónde se ha visto eso? ¡Ni que estuviéramos fuera de temporada! Así que, zas zas y garganta rajada. Fue muy fácil. ¿A quién pretendo engañar? ¿a mi mismo o a quien lea esto? Yo no lo hice… lo hizo un tipo que entró a robar el dinero de la caja. Y como cómplice que fui, pues no tuve intención de detenerle (me cagué en los pantalones, literalmente), recibí parte del botín. Las piñas, dulces y doradas piñas. Con fuertes tallos verdes. Piñas de jugos claros, de olor suave y de sabor… no lo sé, no tuve tiempo para degustarlas.

¡Dios! las piñas, las ansiadas piñas para la cena de mi mujer. Tenía más miedo a la reacción de mi mujer que al asesino, que de oreja a oreja me sonreía, con su sonrisa desdentada, y acercándose a mí, me ofrecía no una, si no seis piñas, ordenadas en una caja de cartón y salpicadas de sangre. Fue un momento curioso, la verdad… ese frutero merecía morir. Vender mierda a precio de oro, no, eso está mal.

Bueno, cuando llego la policía, yo ya me había marchado de la frutería. Interrumpieron el cóctel de mi mujer, jamás me lo perdonará, me puso tal cara de asco cuando se me llevaban esposado. Hurto y premeditación al homicidio, de eso me acusaron. ¿Yo? Yo que no había matado a nadie y que tampoco obligué a ese hombre a hacerlo.

Yo soy inocente, nunca he matado a nadie. Bueno sí, una vez… a un pez. Lo sobrealimenté. Fue un error, mi madre ya le había dado de comer. Lloré tanto por la muerte de glotón. ¡Oh mi pez!… mi pequeño pez.

Esto es injusto, el verdadero asesino está libre… y yo, aquí, encerrado en esta cloaca, llena de barriobajeros barbudos, apestosos y mal nacidos.

Acusado y encarcelado. Todo sin ningún sentido, “yo no he sido, esto es un mal entendido”, eso le dije al policía. Él se rió en mi cara y me puso las esposas. Su compañero robo un par de aperitivos, ¿y alguien hizo algo? ¡No! Esta ley es así de injusta.

Ya en el coche, los policías se reían del caso y después en la comisaría, más risas todavía. Nunca me he sentido tan insultado. La verdad, me ha dolido. Un miembro respetable como yo… o más bien, un miembro que siempre ha pasado desapercibido, que paga sus impuestos, que no se salta los semáforos, que recicla… y que un día, en un incidente X, bueno, pongámosle nombre, en un asesinato, es el primero en salir salpicado de sangre… al menos me alegro de estar vivo, pero creo, que en este estercolero, no duraré mucho.

-         Pringao, ¿qué coño haces? ¿Escribir una carta a tu mamasita?


Extiendo la mano y le paso mi diario. Palidezco, no voy a salir de esta con vida.

(Esther)

14/2/14

Barrotes con palabras dentro (Blanca)

8 de abril de 1912

El viento indómito velaba sus secretos aquel día, lo recuerdo con total claridad, soplaba con tremenda fuerza, una fuerza bestial que atormentaba a las cabras, y a mi también. Un día como hoy. En el pueblo la convivencia era pacífica y tranquila. Salíamos a pastar las ovejas por el monte casi todos los días yo, el Pedro y el Rodolfo. Ese día me levanté turbado e intranquilo, había discutido con mi mujer por algo que ya no me acuerdo y cuando salíamos a pastar estaba el Pedro, pero el Rodolfo no. No sabíamos nada de él. Y no supimos nada de él ese día gris.

Cuando la madre del Rodolfo fue a la Guardia Civil al día siguiente, nos acusó de asesinato; su hijo, al parecer desapareció; nos había acusado de asesinato sin hallar pistar algún del cuerpo de su hijo, por lo que al cabo de un tiempo fuimos enviados a prisión al ser acusados ambos de asesinato, acusados injustamente y sin pruebas y lo peor aún, sin confirmación de muerte, ya que no se sabía dónde realmente estaba el Rodolfo. La guardia civil apenas investigó el caso, para ellos así era mucho más fácil, enviar a dos pobres campesinos al campo era mucho mas fácil, nuestra pérdida solamente la podían sentir nuestros familiares más cercanos y nuestras cabras y ovejas, que aunque no entendiera en asunto, alguien ya no las sacaba de paseo a pastar en la explanada, en los fértiles campos de Castilla.

La anterior vez que vino mi madre me trajo además de pan y algo embutido que agradecí no sólo en palabras y gestos (o al menos eso creí); pero también había algo, una libreta, blanca, reluciente, con líneas bien trazadas y dí gracias al cielo por saber escribir, ya que todo lo que tenía en la cabeza lo tenía que plasmar en algo, el ansia de escribir me recorría las venas como un veneno letal. Aprendía a escribir de forma autodidacta Sí, un pastor algo inteligente, siempre me lo dijo mi madre, “hijo mio, tú sé que vales, lucha por ser alguien”, desgraciadamente no conseguí hacer estudios superiores, la sociedad ha de cambiar mucho para que los pobres logremos nuestros sueños como personas de plenos derechos. Pero también, por otra parte mi antigua vida como pastor no me molestaba, las ovejas me calman y me hacen conectar con la naturaleza de una forma profunda.

Hoy amanece un día de viento muy intenso. El viento me desestabiliza, y sé a ciencia cierta que tampoco le gusta a mis ovejas. El viento genera en mí un estado de tensión y alerta, pero no importa, hoy es el día para comenzar las relucientes y virginales hojas de mi diario. Escribo en este diario que soy inocente, lo prometo y lo juro por mi madre a la cual adoro. Sé que la palabra de un pobre y solitario pastor, el cual sólo tiene a sus ovejas y a su madre de apoyo no importa a casi nadie, sé que es mi palabra contra la de la autoridad y que encerrándome aquí con el Pedro y convirtiéndonos en enemigos al fin y al cabo, puesto que aquel día, el de la desaparición del Rodolfo ninguno de los dos estaba con él. Al principio creía a ciencia cierta que ninguno de los dos fue, yo claramente recuerdo muy bien ese día y aún no estoy loco, cosa que están creando en mí, un loco como no me dejen volver a mis ovejas y a acariciar el aire de los campos de Castilla. Así que desconozco del Pedro, ¿será una trampa? Quizás fue él y estoy aquí por su culpa, por no reconocer su culpa, su culpa, su culpa...


Blanca