- Sí, ¿quien
me habla?. ¡¿Sabría decirme donde estoy?! - dice realmente asustada e
impaciente. Olga se ha despertado de repente sin recordar nada. No es eso
tampoco, es como si al parpadear se hubiera trasladado a otro lugar, a un lugar
totalmente desconocido. Todo ha sucedido demasiado rápido, en un abrir y cerrar
de ojos. Un simple pestañeo y otra realidad.
De detrás del
seto aparece una gran sombra oscura que se posa sobre la cabeza de Olga,
asciende hacía ella como una nube de polvo arrastrada por el viento. Olga ve
como de la sombra emergen unos largos brazos que parecen querer agarrarla y un
bufido fuerte la empuja contra un árbol. Esconde un grito perturbador en su
caja torácica y se desmaya. Completamente pálida cae al suelo, yace y parece
que fenece en ese mismo instante. De nuevo, un guiño se apodera de sus ojos,
una tensión que hace que ellos bailen en sus cuencas al ritmo de la suave brisa
que mece las hojas de los árboles. Ahora es otra voz la que le habla, esta vez
con calma, sin modestia alguna. Tiene sobre ella a un joven muy atractivo, con
el torso completamente desnudo y mojado, el cual esta agachado de tal forma que
su largo pelo ceniza roza la nariz de Olga. Ella estornuda y azorada se mueve
con pavor y bochorno. Se ruboriza molesta. Lo mira de arriba abajo y es
entonces cuando ve sus piernas, las cuales no son piernas tal cual las
comprendemos, si no las largas, blancas y escuálidas, patas de un
caballo. Otro grito se apodera de su cuerpo, pero este no se esconde agazapado
en su pecho, si no que sale tan agudo que los pájaros salen de sus escondrijos
y vuelan alto, temerosos, y ese joven, mitad hombre mitad caballo, relincha
confuso, pues no entiende a que viene tanto escándalo.
- ¿Pero tú que eres? - dice Olga, aún exhausta de
su alarido, señalándolo incrédula.
- Un centauro.
¿Que otra cosa podría ser? - dice el joven con una sonrisa bella, tan linda que
Olga ya olvida por que gritaba - Me llamo Marc, ¿y tú eres? - dice acercándole
la mano para que ella se incorpore.
- Olga -
dice levantándose aún temblorosa - ¿que era esa cosa que
se abalanzó a por mí antes?.
- ¡Ah! esa era
Dana. No te preocupes, es muy agradable, solo que algo patosa. Seguramente
perdió el equilibrio al trepar por uno de los árboles o tropezaría con Seto.
- ¿Dana?, ¿Seto?
- pregunta totalmente incrédula - ¡Pero si era una enorme sombra con brazos!.
¡Oh Dios!, pensé que era la muerte. ¿Estoy muerta Marc?.
- No - dice
entre risas - ¿cómo vas a estar muerta?.
- ¿Y donde
estoy?, ¿que es esto?. ¿Un sueño? - dice Olga en una especie de súplica de la
que quiere despertar. Marc le da un golpe en el brazo y esta gime molesta -
Vale, no estoy en un sueño.
- No, no estás
en un sueño pero si estás en la Ciudad de los Sueños Perdidos.
- ¿Qué?.
Parece el título de alguna película de vodevil - dice ella ingeniosa.
- No se que es
eso del vodevil - dice él confuso - Esta es la ciudad de los deseos olvidados,
las metas desistidas, los anhelos desdeñados, las fantasías extraviadas, las
ambiciones olvidadas... Aquí acaban llegando aquellas personas, animales,
vegetación y seres que habían soñado con conseguir algo pero al final lo habían
perdido por completo. Si estás aquí es por eso, por que te embarullaste en el
camino de la vida dejando atrás tus verdaderos sueños.
- ¿Y como
puedo salir de aquí?. ¡Quiero volver a casa! - dice Olga quejosa.
- Pues
encontrando tu sueño perdido.
- ¿Y si no lo
logró?, ¿y si no quiero buscarlo?. ¡Yo no me creo estas fantasías! - dice
furiosa. Luego ríe, al ver con que esta hablando. Ríe sin poder
parar. Carcajadas convulsas agitan todo su cuerpo.
- Pues si no
lo buscas y lo encuentras te pasará como a Dana. Te convertirás en una sombra y
vagarás por la ciudad durante toda la eternidad, pues en esta ciudad no existe
muerte, dado que los sueños son sempiternos - dice Marc. Olga deja de reír ipso
facto.
Caminan sin
dirección alguna. Olga no sabe que es lo que tiene que buscar, por lo que anda
perpleja y desganada. Mientras piensa en tantas cosas que, rabiosas, comienzan
una batalla sangrienta en su mente. Una lluvia de hojas secas riega sus hombros
y la fragancia del atardecer llena sus fosas nasales, mientras, el sol cálido
tuesta sus espaldas.
- ¿Cuanto
tiempo llevas aquí Marc? - pregunta Olga poniendo orden en su cabeza.
- No lo sé. El
tiempo pasa fugaz en este lugar y uno no es consciente de como pasan los
segundos, los minutos, las horas, las semanas, los meses... incluso los años.
El tiempo pasa, pasa y pasa. A veces algunos tienen suerte y el tiempo
retrocede, otorgándoles unas cuantas horas más antes de convertirse en
sombras.
- ¿Cuantos han
conseguido encontrar su sueño perdido?.
- Cientos,
miles... pero cada día entran nuevos como tú. Gente demasiado ocupada en sus
vidas “reales” que no es capaz de ver más allá de sus propias narices.
- ¡Eh!, eso
lo dirás por ti, a mi no me conoces, ¡no sabes como soy! - dice ella
incómoda.
- Claro que
no, pero lo intuyo.
- ¡No deberías
de juzgar a un libro por la portada!. Antes debes de leerlo para
poder enfundarte en una opinión tan seria y segura del mismo. Si no, siempre
tus razonamientos serán ambiguos y erróneos.
- ¿De que me
suena eso? - dice Marc señalando sus larguísimas patas.
- Sí, vale,
tienes razón. Yo también te juzgue sin saber… pero estaba tan asustada. Tenía
miedo - dice arrepentida.
- ¿Y que es lo
que ha cambiado ahora?.
- No lo sé.
Supongo que ya no me da tanto pavor todo.
- Eso esta
bien - dice con una delicada sonrisa – Bueno, ya hemos llegado. Esto es Cronos,
lugar donde se encuentran los tiempos de cada uno de nosotros. Tenemos que ir a
ver que reloj se te ha asignado.
Cronos es un salvaje
jardín lleno de relojes de arena de distintos tamaños con arenas de distintos
colores. Esta lleno de plantas sin fin e insectos gigantes que vuelan zumbones.
Olga abre tanto los ojos, maravillada, que incluso se hace daño. El lugar es hermoso,
jamás había visto nada igual. Los relojes de arena, posan majestuosos por cada
rincón del paisaje, camuflados entre las plantas, escondidos en el río.
Entonces se topan con el reloj de Olga. Es un reloj pequeño, del tamaño de una
pluma de paloma, que tiene su nombre grabado con unas letras fuertes rojas y
doradas. La arena es completamente negra y cae como si fuera lodo espeso.
- ¿Tú reloj es
tan pequeño? – le pregunta perpleja.
- No, el mío
es ese de ahí – dice señalando en lo alto de la montaña a un reloj enorme, tan
grande como un edificio robusto. Su arena es amarilla, y cae lenta y finamente
– Aquí no importa el tamaño del reloj sino el color de la arena.
- ¿Y por qué la
mía es negra y la tuya amarilla?.
- La arena de
cada uno varía, indicando cuanto tiempo te queda antes de convertirte en una
sombra. ¿No entiendo por que la tuya ya es negra?. Eso es que tienes menos
tiempo, ¿pero no se por qué?, ¡si acabas de llegar!. Es la primera vez que pasa
algo así. El patrón es que la arena debe de pasar por cada uno de los colores
del arco iris hasta volverse negra, una vez es negra el tiempo pasa a
contrarreloj y debes apurarte, pues si no te mueves rápido te convertirás en una
sombra en menos tiempo de que lo que te cuesta pestañear.
- ¡Ahhhh! – grita
- ¿debe de haber algún error?. No es justo… ¡acabo de llegar!. Tú mismo lo
sabes. ¿A quien se le puede reclamar esto?, ¿con quien podemos hablar?.
- Con nadie.
- ¿Por qué? –
dice llorosa - ¿y que hago ahora?. Ni siquiera he tenido tiempo para buscar mi
sueño.
- Lo sé Olga.
Tú no estás buscando ningún sueño. Tú estás enredada en un sueño. Este no es tu
lugar. ¡Tienes que despertar! – dice Marc secándole las lágrimas con las manos.
- ¿Despertar?
– dice confusa sollozando.
Entonces cae
el último granito de arena del reloj de Olga y el cielo se tiñe de sombras negras,
que veloces, se abalanzan sobre ella dejándolo todo oscuro. El sol se apaga, y
la noche cubre con su manto una ciudad sin estrellas.
- Despierta Olga, ¡despierta
por favor! – dice de nuevo esa voz tierna, cálida y reconfortante que la había despertado por primera vez, cuando cayó
desmayada al suelo cuando Dana se lanzó sobre ella – ¿Me oyes Olga?. Tienes que
despertar. Por favor, te lo suplico. Despierta. Vuelve conmigo.
Abre los ojos y siente algo nuevo. Ya no nota las hojas secas en sus
pies, ni la suave brisa de la ciudad. Siente frío, nauseas. La cabeza le da
vueltas. Nota un dolor profundo por todo el cuerpo. No consigue abrir los ojos
del todo, ni enfocar la mirada, pero ya esta despierta.
- ¿Dónde estoy ahora?, ¿ya soy una sombra? – pregunta en un susurro que
le cuesta la vida.
- ¡Oh! cariño, estás despierta al fin – dice esa voz de nuevo rompiendo
a llorar.
Esther